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TEXTOS DEL SIGLO DE ORO

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TEXTOS DEL SIGLO DE ORO

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Fecha de Creación: 2015/10/20

Categoría: Otros

Número Preguntas: 216

Valoración:(4)
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¿A qué texto pertenece este fragmento? "Los hombres han sido creados con el objeto de que obedezcan la ley que les ordena proteger aquel globo que ves en el centro de este espacio sagrado y que recibe el nombre de Tierra; a ellos se les ha dado un alma cuyo origen está en aquellos fuegos eternos a los que llamáis constelaciones y estrellas, que tienen fonna de globo, redondas y que, al ser sus almas mentes divinas, dibujan sus órbitas circulares con una celeridad digna de admiración. Por ello, Publio, tú y todos los hombres cumplidores del deber, debéis retener vuestra alma bajo la custodia del cuerpo y no debéis abandonar esta vida humana sin que os lo ordene quien os hizo donación del alma, no vaya a parecer que huís de la función que Dios os había asignado como hombres". El diálogo sobre la dignidad del hombre. El sueño de Escipión. El diálogo sobre la dignidad del hombre.

"Ya tú bien sabes, cómo el alma nuestra su principal asiento tiene en el cerebro, blando y fácil de corromper; y cómo en unas celdillas llenas de leve licor hace sus obras principales con ayuda de los sentidos, por do se le traslucen las cosas de fuera. Y sabes también cuán fácil cosa sea embotarle, o desconcertarle estos sus instrumentos, sin los cuales ninguna cosa puede. Los sentidos de mil maneras parecen, y siendo estos salvos, otras causas tenemos dentro, que nos ciegan y nos privan de razón; [ ... ] mas pongamos ahora que todas estas cosas no le empezcan, y que persevere tan perfecta y tan entera como puede según naturaleza; y consideremos primero cuánto vale el entendimiento, que es el sol del alma que da lumbre a todas sus obras. [ ... ] Más nos fue dado para ver nuestras miserias, que para ayudarnos contra ellas. [ ... ] Mejor fuera, me parece, carecer de aquesta lumbre, que tenerla para hallar nuestro dolor con ella. [ ... ] Sólo el hombre es el que ha de buscar la doctrina de su vida con el entendimiento tan errado y tan incierto". El sueño de Escipión. El cortesano. Diálogo sobre la dignidad del hombre.

"Mas por mayor ornamento la ennobleció de infinitos bultos de los antiguos de mármol y de bronce, de pinturas singularísimas y de todas maneras de instrumentos de música, y en todo ello no se pudiera hallar cosa común, sino escogida y muy excelente. Tras esto, con mucha costa y diligencia juntó un gran número de muy singulares y nuevos libros griegos, latinos y hebraicos, y guameciólos todos de oro y de plata, considerando que ésta era la mayor excelencia de todo su palacio". Diálogos de amor. Diálogo sobre la dignidad del hombre. El Cortesano.

"Verdad dices. Pero también por esa misma razón el deseo no puede caer sino en las cosas que tienen ser; porque no deseamos sino las cosas que primero conocemos debajo de especie de buenas. Y por eso definió el Filósofo lo bueno ser aquello que todos desean. Luego el conocimiento así del amor del deseo es de las cosas que tienen ser [ ... ]. Así al amor como al deseo, precede el conocimiento de la cosa amada o deseada que es buena. Y el conocimiento a ninguno de ellos debe ser de otra cosa que de buena; porque si no fuese así, el tal conocimiento sería causa de hacer aborrecer totalmente la cosa conocida, y no desearla o amarla. De manera que así el amor como el deseo presuponen igualmente el ser de las cosas, así en realidad como en conocimiento. [ ... ] ". Diálogo sobre la dignidad del hombre. El cortesano. Diálogos de amor.

"De la Divinidad depende la ánima intelectiva, agente de todas las honestidades humanas, la cual no es otra cosa que un pequeño rayo de la infinita claridad de Dios, apropiado al hombre para hacerle racional, inmortal y feliz. Y también porque esta ánima intelectiva, para venir a hacer las cosas honestas, tiene necesidad de participar de la lumbre divina; porque, aunque ella haya sido producida clara, como rayo de luz divina, por el impedimento de la ligadura que tiene con el cuerpo y por haber sido ofuscada con la oscuridad de la materia, no puede arribar a los ilustres hábitos de la virtud y a los resplandecientes conceptos de la sabiduría, si no es realumbrada de la luz divina en los tales actos y condiciones. [ ... ] ". El sueño de Escipión. El cortesano. Diálogos de amor.

"Resulta, pues, evidente el carácter eterno de aquello que se mueve a sí mismo. ¿Habrá alguien capaz de negar que las almas han sido dotadas de esta naturaleza? En efecto, todo aquello que se mueve en virtud de un impulso externo carece de alma; en cambio, lo que posee alma se mueve gracias a su propio impulso interior, pues ésta es la naturaleza y la energía propia del alma, la cual si es la única entre todas las cosas que se mueve a sí misma, es evidente que no ha nacido y que es eterna.". El cortesano. Diálogos sobre la dignidad del hombre. El sueño de Escipión.

Título de la obra a la que pertenece el siguiente texto: Un lugar destinado y reservado en el cielo, donde, felices, disfrutan de una vida eterna; pues, a aquel dios supremo que rige todo el universo, nada le resulta más agradable, al menos de cuanto sucede en la tierra, que las asociaciones y reuniones de hombres en virtud del vínculo del derecho, que reciben el nombre de ciudades. Sus dirigentes y protectores regresan a este lugar de donde partieron. La Arcadia. El sueño de Polílifo. El sueño de Escipión. El cortesano.

Título de la obra a la que pertenece el texto: Todo lo demás que podía contemplar desde ese lugar se me mostraba con una luminosidad asombrosa. Había estrellas que nunca habíamos visto desde aquí, desde la Tierra, y de unas dimensiones como nunca habíamos sospechado que fueran; la más pequeña de éstas, que era la que estaba más alejada del cielo y más próxima a la Tierra, brillaba con luz ajena. El volumen de las estrellas superaba con facilidad la magnitud de la Tierra. Tan pequeña me pareció la Tierra que sentí una gran desilusión cuando vi que nuestro imperio no representaba más que un punto de la misma. Diálogos de amor. El cortesano. Diálogo de la dignidad del hombre. El sueño de Escipión.

Los hombres han sido creados con el objeto de que obedezcan la ley que les ordena proteger aquel globo que ves en el centro de este espacio sagrado y que recibe el nombre de Tierra; a ellos se les ha dado un alma cuyo origen está en aquellos fuegos eternos a los que llamáis constelaciones y estrellas, que tienen fonna de globo, redondas y que, al ser sus almas mentes divinas, dibujan sus órbitas circulares con una celeridad digna de admiración. Por ello, Publio, tú y todos los hombres cumplidores del deber, debéis retener vuestra alma bajo la custodia del cuerpo y no debéis abandonar esta vida humana sin que os lo ordene quien os hizo donación del alma, no vaya a parecer que huís de la función que Dios os había asignado como hombres. El cortesano. Diálogos de amor. Diálogo de la lengua. El sueño de Escipión.

Todo lo demás que podía contemplar desde ese lugar se me mostraba con una luminosidad asombrosa. Había estrellas que nunca habíamos visto desde aquí, desde la Tierra, y de unas dimensiones como nunca habíamos sospechado que fueran; la más pequeña de éstas, que era la que estaba más alejada del cielo y más próxima a la Tierra, brillaba con luz ajena. El volumen de las estrellas superaba con facilidad la magnitud de la Tierra. Tan pequeña me pareció la Tierra que sentí una gran desilusión cuando vi que nuestro imperio no representaba más que un punto de la misma. Menosprecio de corte y alabanza. Diálogo de la dignidad del hombre. El sueño de Escipión. El sueño de Polílifo.

Ahí tienes a todo el Universo comprendido por nueve anillos o, mejor, esferas, de las que una sola es la celeste, la más exterior, que rodea, incluyéndolas, a todas las demás; ella es la divinidad suprema que encierra y contiene a todas las demás; en ella se encuentran trazados los CÍrculos orbitales que recorren las estrellas en su eterno ir y volver. Bajo ésta se encuentran otras siete que giran en sentido contrario al del cielo. Una de estas esferas es ocupada por aquella estrella a la que en la Tierra dan el nombre de Saturno. En segundo lugar, viene aquel resplandor, tan próspero y saludable para el género humano, que recibe el nombre de Júpiter. En seguida, ese astro roj izo que tanto horror causa a la Tierra y que llamáis Marte. Más abajo, ocupando casi el medio, se encuentra el Sol, guía, jefe y moderador de todas las demás luces; él es la mente reguladora del Universo y tiene una magnitud tal que con su sola luz ilumina y abarca todo el Universo. A éste le sigucn, como compañeras, las órbitas de Venus y de Mercurio; y la última esfera la recorre la Luna, encendida por los rayos del Sol. Por debajo de ésta nada queda ya que no sea mortal y caduco, con la excepción de las almas, regalo de los dioses al género humano. Por encima de la Luna, todo es eterno. Por otra parte, la que ocupa el noveno lugar y es centro del Universo, la Tierra, no se mueve y se encuentra en la zona más baja, y sobre ella convergen todas las masas arrastradas por su propia inercia. Diálogo de amor. Sueño de Polílifo. Sueño de Escipión. El criticón.

Se trata del producido por el impulso y movimiento de las propias esferas, que lo hacen en intervalos desiguales, pero no obstante, proporcionales; al combinar los sonidos graves con los agudos de manera equilibrada consiguen sinfonías distintas con regularidad. En efecto, tan grandes movimientos no pueden efectuarse de fOlIna silenciosa y es la naturaleza la que hace que las esferas situadas en uno de los extremos emitan sonidos graves y las del otro extremo sonidos agudos. [ . . . ] La Tierra, la novena por posición, está inmóvil, y peIluanece continuamente fija en el mismo sitio, ocupando el centro del Universo. En cambio, aquellas ocho esferas, de las que dos tienen el mismo impulso, producen siete sonidos diferenciados por intervalos, número éste, el siete, que es clave para casi todas las cosas. El sueño de Escipión. El sueño de Polílifo. El criticón. El mundo por de dentro.

Los hombres cultos, al imitar todo esto con sus instrumentos de cuerdas y con sus cantos, consiguieron abrirse la puerta de retomo a este lugar, lo mismo que aquellos otros que con sus portentosas inteligencias cultivaron durante su vida humana los estudios divinos. Cuando los oídos humanos se llenaron de este sonido, ensordecieron. [ . . .] Pero el sonido éste del que estamos hablando, el procedente de la rapidísima revolución de todo el Universo, es tan grande que los oídos humanos no pueden percibirlo, de la misma manera que no podéis contemplar fijamente el sol de frente, pues la intensidad de sus rayos sobrepasa vuestra capacidad de percepción. El sueño de Polílifo. El sueño de Escipión. Menosprecio de corte y alabanza. El cortesano.

Considera que tú no eres mortal, sino éste, tu cuerpo, pues tú no eres tal como ésa, tu figura, muestra, sino que cada uno es lo que es su alma, y no el contorno que se puede señalar con el dedo. Sábete, por tanto, que tú eres un dios, si es que ciertamente es un dios quien tiene fuerzas, quien es capaz de sentir, quien tiene la facultad de recordar, el que puede prever, el que dirige, modera y pone en movimiento tanto este cuerpo a cuyo mando ha sido destinado como este mundo del que él es el principal dios. Y lo mismo que al mundo que es en parte mortal lo pone en movimiento ese dios, que es eterno, así al cuerpo que es frágil lo mueve un alma eterna. [ . . . ]. El mundo por de dentro. Diálogo de la lengua. El sueño de Polílifo. El sueño de Escipión.

Resulta, pues, evidente el carácter eterno de aquello que se mueve a sí mismo. ¿Habrá alguien capaz de negar que las almas han sido dotadas de esta naturaleza? En efecto, todo aquello que se mueve en virtud de un impulso externo carece de alma; en cambio, lo que posee alma se mueve gracias a su propio impulso interior, pues ésta es la naturaleza y la energía propia del alma, la cual si es la única entre todas las cosas que se mueve a sí misma, es evidente que no ha nacido y que es eterna. El sueño de Escipión. El cortesano. Diálogos de amor. La Arcadia.

Suelen quejarse los hombres de la flaqueza de su entendimiento, por la cual no pueden comprehender las cosas, como son en la verdad. Pero quien bien considere los daños de la vida, y los males por do el hombre pasa del nacimiento a la muerte, parecerle ha que el mayor bien que tenemos es la ignorancia de las cosas humanas, con la cual vivimos los pocos días que duramos, como quien en sueño pasa el tiempo de su dolor. El cortesano. Diálogos de amor. La Arcadia. Diálogo de la dignidad del hombre.

Nosotros estamos acá en la hez del mundo y su profundidad entre las bestias, cubiertos de nieblas, hechos moradores de la tierra, do todas las cosas se truecan con breves mudanzas, comprendidas en tan pequeño espacio, que sólo un punto parece comparada a todo el mundo; y aún en ella no tenemos licencia para toda. Debajo las partes sobre que se rodea el cielo, nos la defiende el frío, en muchas partes los ardores, las aguas en muchas más, y la esterilidad también hace grandes soledades, y en otros lugares la destemplanza de los aires. Así que de todo el mundo y su grandeza estamos nosotros retraídos en muy chico espacio, en la más vil parte de él, donde nacemos desproveídos de todos los dones que a los otros animales proveyó naturaleza. Diálogos de amor. El cortesano. Diálogo de la dignidad del hombre. El mundo de por dentro.

A unos cubrió de pelos, a otros de pluma, a otros de escama, y otros nacen en conchas cerrados; mas el hombre tan desamparado, que el primer don natural que en él hallan el frío y el calor, es la carne. Así sale al mundo, como quien da señal da las miserias que viene a padecer. Los otros animales poco después de salidos del vientre de su madre, luego como venidos a lugar propio y natural, andan los campos, pacen las yerbas, y según su manera gozan del mundo, mas el hombre muchos días después de que nace, ni tiene en sí poderío de moverse, ni sabe do buscar su mantenimiento, ni puede sufrir las mudanzas del aire. Todo lo ha de alcanzar por luengo discurso y costumbre. [ . . . ] Los brutos que la naturaleza hizo mansos, viven de yerbas y simientes, y otras limpias viandas: el hombre vive de sangre, hecho sepultura de los otros animales. [ . . . ] Por los cuales ejemplos, y otros semejantes, bien parece que debe ser el hombre animal más indigno que los otros, según la naturaleza lo tiene aborrecido y desamparado; y pues ella es la guarda del mundo, que procura el bien universal, creíble cosa es que no dejara al hombre a tantos peligros tan desproveído, si él algo valiera para el bien del mundo". Diálogo de la dignidad del hombre. Diálogos de amor. El cortesano. Diálogo de la lengua.

Ya tú bien sabes, cómo el alma nuestra su principal asiento tiene en el cerebro, blando y fácil de corromper; y cómo en unas celdillas llenas de leve licor hace sus obras principales con ayuda de los sentidos, por do se le traslucen las cosas de fuera. Y sabes también cuán fácil cosa sea embotarle, o desconcertarle estos sus instrumentos, sin los cuales ninguna cosa puede. Los sentidos de mil maneras parecen, y siendo estos salvos, otras causas tenemos dentro, que nos ciegan y nos privan de razón; [ . . . ] mas pongamos ahora que todas estas cosas no le empezcan, y que persevere tan perfecta y tan entera como puede según naturaleza; y consideremos primero cuánto vale el entendimiento, que es el sol del alma que da lumbre a todas sus obras. [ . . . ] Más nos fue dado para ver nuestras miserias, que para ayudarnos contra ellas. [ . . . ] Mejor fuera, me parece, carecer de aquesta lumbre, que tenerla para hallar nuestro dolor con ella. [ . . . ] Sólo el hombre es el que ha de buscar la doctrina de su vida con el entendimiento tan errado y tan incierto". Diálogo de la dignidad del hombre. Diálogos de amor. Diálogo de la lengua. La Arcadia.

Está la voluntad, como bien sabéis, entre dos contrarios enemigos, que siempre pelean por ganarla: éstos son la razón y el apetito natural. La razón de una parte llama la voluntad a que siga la virtud, y le muestra tomar fuerza y rigor para acometer cosas difíciles; y de otra parte el apetito natural con deleite le ablanda y la distrae. [ . . . ) Principalmente que nuestros apetitos naturales nunca dejan de combatimos y la razón muchas veces dej a de defendemos. A todas horas nos requiere la sensualidad con sus viles deleites. [ . . . ) Todo es vanidad y trabajo lo que a los hombres pertenece, como bien se puede ver si los consideramos en los pueblos do viven en comunidad. [ . . . ] Así que todos estos y los demás estados de los hombres no son sino diversos modos de penar, do ningún descanso tienen, ni seguridad en alguno de ellos, porque la fortuna todos los confunde, y los revuelve con vanas esperanzas y vanos semblantes de honras y riquezas. [ . . . ]. Diálogo de la dignidad del hombre. Diálogos del amor. Sueño de Escipión. Sueño de Polílifo.

Porque todos los bienes de fortuna al desear parecen hermosos, y al gozar, llenos de pena. Así andan los hombres atónitos errados, buscando su contentamiento donde no pueden hallarlo; y entretanto se les pasa el tiempo de la vida, y los lleva a la muerte con pasos acelerados sin sentirlo, la cual nos espera encubierta, no sabemos a cuál parte de la vida; mas bien vemos que jamás estamos seguros de ella, que no podemos tenerla muy cierta. A veces se nos esconde do menos sospecha hay, y otras veces la hallamos do vamos huyendo de ella. Unas veces lleva al hombre en la primera edad; y entonces es piadosa, pues le abrevia el curso de sus trabajos; otras veces que es cruel, lo saca de entre los deleites de la edad entera, cuando ya ha cobrado a la vida grande amor. Mas pongamos que la muerte dej e al hombre hacer el curso natural: la más luenga vida, ¿no vemos cuán breve pasa?. Diálogo de la dignidad del hombre. Diálogos de amor. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. La Arcadia.

La niñez en breves días se nos va sin sentido; la mocedad se pasa mientras nos instruimos y componemos para vivir en el mundo; pues la juventud pocos días dura, y esos de pelea que con la sensualidad entonces tenemos, o en damos por vencidos della, que es peor. Luego viene la vejez, do en el hombre comienzan a hacerse los aparejos de la muerte. Entonces el calor se resfría, las fuerzas lo desamparan, los dientes se le caen, como poco necesarios; la carne se le enjuga; y las otras cosas se van parando tales cuales han de estar en la sepultura hasta que el fin llega volando con alas a quitarle de sus dulces miserias. y aún allí en la despedida lo afligen nuevos males y tormentos. Allí le vienen dolores crueles, allí turbaciones, allí le vienen suspiros con que mira la lumbre del cielo que va ya dejando, y con ella los amigos y parientes, y otras cosas que amaba: acordándose del eterno apartamiento que dellas ha de tener, hasta que los ojos entran en tinieblas perdurables, en que el alma los dej a retraída a despedirse del seso y el corazón, y las otras partes principales, do en secreto solía ella tomar sus placeres. Entonces muestra bien el sentimiento que hace por su despedida, estremeciendo el cuerpo, y a veces poniéndolo en rigor con gestos espantables en la cara, do se representan las crudas agonías, en que dentro anda, entre el amor de la vida y temor del infierno, hasta que la muerte con sus cruel mano le desase de las entrañas". Diálogo de la dignidad del hombre. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Diálogos de amor. El Cortesano.

Esta toman muchos por remedio de la muerte, porque dicen que da eternidad a las mejores partes del hombre, que son el nombre y la gloria de los hechos, los cuales quedan en memoria de las gentes, que es según dicen, la vida verdadera. Donde claro muestran los hombres su gran vanidad, pues esperan el bien para cuando no han de tener sentido. ¿Qué aprovecha a los huesos sepultados la gran fama de los hechos? ¿Dónde está el sentido? ¿Dónde el pecho para recibir la gloria? ¿Dó los ojos? ¿Dó el oír, con que el hombre coge los frutos de ser alabado? Los cuerpos en la sepultura no son diferentes de los piedras que los cubren. Allí yacen en tinieblas, libres de bien y de mal, do nada se les da que ande el nombre volando con los aires de la fama, la cual es tan incierta, que a la fin se mezcla la verdad con fábulas vanas, y quita de ser conocidos los defunctos, por los nombres que tenían. Diálogo de la dignidad del hombre. Diálogo de la lengua. Diálogos de amor. Sueño de Escipión.

Las memorias de los grandes hombres troyanos y griegos con la antigüedad están así corrompidos, que ya por sus nombres no conocemos los que fueron, sino otros hombres fingidos, que han hecho en su lugar con fábulas los poetas, y los historiadores con gana de hacer más admirables las cosas. y aunque digan la verdad, no escriben en el cielo incorruptible, ni con letras inmudables, sino escriben en papel con letras, que aunque en él fueran durables, con la mudanza de los tiempos a la fin se desconocen. Las letras de egipcios y caldeos, y otros muchos que tanto florecieron, ¿quién las sabe? ¿Quién conoce ahora los reyes, los grandes hombres que a ellas encomendaron su fama? Todo va en el olvido, el tiempo lo borra todo. Y los grandes edificios, que otros toman por socorro para perpetuar la fama, también los abate y los iguala con el suelo. No hay piedra que tanto dure, ni metal que no dure más el tiempo consumidor de las cosas humanas. ¿Qué se ha hecho de la torre fundada para subir al cielo? ¿Los fuertes muros de Troya? ¿El templo noble de Diana? ¿El sepulcro de Mausoleo? Tantos grandes edificios de romanos, de que apenas se conocen las señales donde estaban, ¿qué son hechos? Todo esto se va en humo hasta que toman los hombres a estar en tanto olvido como antes que naciesen; y la misma vanidad se sigue después que primero había". Diálogo de la dignidad del hombre. Diálogos de amor. El sueño de Escipión. El sueño de Polílifo.

Considerando, señores, la composición del hombre, de quien hoy he de decir, me parece que tengo delante de los ojos la más admirable obra de cuantas Dios ha hecho, donde veo no solamente la excelencia de su saber más representada, que en la gran fábrica del cielo, ni en la fuerza de los elementos, ni en todo el orden que tiene el universo, mas veo también, como en espejo claro, el mismo ser de Dios, y los altos secretos de su Trinidad. Parte de esto vieron los sabios antiguos, con la lumbre natural, pues que puestos en tal contemplación, dijo Trimegisto, que gran milagro era el hombre, do cosas grandes se veían; y Aristóteles creyó que era el hombre el fin a quienes todas las cosas acatan; y que el cielo tan excelente, y las cosas admirables que dentro de sí tiene, todas fueron reducidas a que el hombre tuviese vida, sin el cual todas parecían inútiles y vanas. Sólo Epicuro se quejaba de la naturaleza humana, que le parecía desierta de bien, y afligida de muchos males [ . . . ] . Diálogo de la dignidad del hombre. La Arcadia. El sueño de Escipión. El sueño de Polílifo.

Por lo cual le parecía, que este mundo universal se regía por fortuna, sin providencia que dentro de él anduviese, a disponer de sus cosas. Mas de cuánto valor sea la sentencia de Epicuro, ya él lo mostró cuando antepuso el deleite a la virtud . [ . . . ] Dios fue el artífice del hombre; y por eso si en la fábrica de nuestro ser hubiese alguna falta, en él redundaría más señaladamente que de otra obra alguna, pues nos hizo a su imagen, para representarlo a él. Si en la figura pintada, do algún hombre se nos muestra, hubiese alguna fealdad, ésta atribuiríamos a cuya es la imagen, si creemos que fue hecha con verdadera semejanza; pues así las faltas de naturaleza humana, si algunas hubiese, pensaríamos que en Dios estuviesen, pues ninguna cosa hay que tan bien represente a otra, como a Dios representa el hombre. En el ánima lo representa más verdaderamente, la cual es incorruptible y simplicísima, sin composición alguna, toda en un ser como es Dios, y en este ser tres poderíos tiene, con que representa la divina Trinidad. El padre soberano, principio universal, de donde todo procede, en contemplación de su divinidad engendra al hijo, que es su perfecta imagen, y conociéndose por ella, produce amor. De esta manera con su memoria con que hace la imagen, y con el entendimiento que es el que usa de ella, y con la voluntad adonde mana el amor, representa a Dios, no sólo en esencia, sino también en trinidad". Diálogo de la dignidad del hombre. El sueño de Escipión. El cortesano. Diálogo de la lengua.

[El hombre] tiene ánima a Dios semejante, y cuerpo semejante al mundo: vive como planta, siente como bruto, y entiende como ángel. Por lo cual bien dijeron los antiguos, que es el hombre menor mundo cumplido de la perfección de todas las cosas, como Dios en sí tiene de la perfección universal. [ . . . ] Creíble cosa es que cuando Dios quiso hacer la imagen de su representación, que tomaría algún excelente metal [como hacían en la antigüedad los príncipes cuando querían esculpirse], pues en su mano tenía hacerla de cual quisiese. Más la causa por que la puso en la tierra, siendo tan excelente, oiréis ahora. Los antiguos fundadores de los pueblos grandes, después de hecho el edificio, mandaban poner su imagen esculpida en el centro de la ciudad para que por ella se conociese el fundador; así Dios después de hecha la gran fábrica del mundo, puso al hombre en la tierra, que es el medio de él, porque en tal imagen se pudiese conocer quién lo había fabricado. Mas no quiso que fuese aquí como morador, sino como peregrino, desterrado de su tierra". Diálogo de la dignidad del hombre. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. La Arcadia. El sueño de Polílifo.

[Después de citar a San Pablo, abunda en la libertad como don singular] "Porque como el hombre tiene en sí natural de todas las cosas, así tiene libertad de ser lo que quisiere. Es como planta o piedra puesto en ocio, y si se da al deleite corporal, es animal bruto; y si quisiere es ángel, hecho para contemplar la cara del padre; y en su mano tiene hacerse tan excelente, que sea contado entre aquellos a quien dijo Dios: Dioses sois vosotros, de manera que [ . . . ] si la razón lo ensalza a las cosas divinas, o al deseo de ellas, y cuidado de gozarlas, para él están guardados aquellos lugares del cielo, que a ti, Aurelio, te parecen tan ilustres. y Dios no nos lo defiende [para ello envió a su Hijo quien por la Encamación y Redención] y al hombre quiso tanto, que habiéndose perdido con soberbio deseo de sabiduría, vino a él como hijo más querido, y no solamente le perdonó, mas limpióle los ojos de su ceguedad, y mostró cuán excelente ser y cuán bastante le había dado, pues él no se desdeñaba de juntar la naturaleza humana con su misma deidad, para que conociese el hombre cuán mal había hecho en menospreciar su estado. Diálogo de la dignidad del hombre. La Arcadia. Diálogos de amor. El Cortesano.

Ahora, pues, quién será osado de aborrecer al hombre, pues lo quiere Dios por hijo, y lo tiene tan mirado? ¿Quién osará decir mal de la hermosura humana, de quien anda Dios tan enamorado, que por ningunos desvíos ni desdenes ha dejado de seguirla? [ . . . ] El cuerpo humano [ . . .] está hecho con tal arte y tal medida, que bien aparece que alguna grande cosa hizo Dios cuando la compuso. La cara es igual a la palma de la mano, la palma es la novena parte de toda la estatura, el pie es la sexta, y el codo la cuarta y el ombligo es el centro de un círculo, que pasa por los extremos de las manos y los pies, estando el hombre tendido, abiertas piernas y brazos. Así que tal compostura y proporción, cual no se halla en los otros animales, nos muestra ser el cuerpo humano compuesto por razón más alta, el cual puso Dios enhiesto sobre pies y piernas, de hechura helmosa y conveniente, porque pudiese contemplar el hombre la morada del cielo para donde fue criado. Diálogo de la dignidad del hombre. El sueño de Escipión. El sueño de Polílifo. El Cortesano.

A los otros animales puso bajos e inclinados a la tierra para buscar sus pastos y cumplir con un solo cuidado, que del vientre tienen; y aunque a estos les cubrió de pieles y lanas, al hombre no cubrió sino sola la cabeza, mostrando que sola la razón, que en ella mora, hubo menester amparo, y ella proveída, daría a las otras partes bastante provisión". Diálogo de la dignidad del hombre. El sueño de Escipión. El sueño de Polílifo. El Cortesano.

Ahora miremos la excelencia de su cara. La frente soberana, do el ánima representa sus mudanzas y aficiones, ¿cuán hermosa?, ¿cuán patente? Debajo de ella están puestos los ojos, como ventanas muy altas del alcázar de nuestra alma, por do ella mira las cosas de fuera; no llanos ni hundidos, mas redondos y levantados, porque estuviesen tomados a diversas partes, y pudiesen juntamente de todas ellas recibir las imágenes que vienen. Los oídos están en ambos lados de la cabeza para coger los sonidos, que de todas partes vienen. La nariz está puesta en medio de la ara, como cosa muy necesaria para su hermosura, por do el hombre respira para evitar la fealdad de traer la boca abierta; y por ella recibimos el olor, y ella es la que templa el órgano de la voz; debajo de la cual sucede la boca, que entre labios colorados muestra dentro sus blancos dientes, que son colores mezclados, cuales pertenecen a mucha hermosura, y ella es la puerta por do entra nuestra vida, que es el mantenimiento de que nos sustentamos, y la puerta por do salen los mensajes de nuestra alma, publicados con nuestra lengua, que mora dentro de la boca [ . . . J. Allí tiene por donde la voz le venga del pecho; y después de recibida, tiene dientes, tiene labios y los otros instrumentos con que la pueda formar. ¿Quién podria ahora explicar bien claramente las excelentes obras que la lengua hace en nuestra boca? Unas veces rigiendo la voz por números de música con tanta suavidad, que no sé cuál puede ser otro mayor deleite de los lícitos humanos; otras veces mostrando las razones de las cosas con tanta fuerza, que despierta la ignorancia, enmienda la maldad, amansa las iras, concierta los enemigos, y da paz a las cosas conmovidas en furor. Grandes son los milagros de la lengua, la cual sola es bien bastante para honrar todo el cuerpo. [ . . .J. Diálogo de la dignidad del hombre. El sueño de Escipión. El sueño de Polílifo. El Cortesano.

La barba y las mejillas no son solamente para firmeza y capacidad de lo que contienen, sino también para singular hermosura, que con ellas tiene la cara del hombre. El cuello ya lo vemos cómo es flexible para traer en tomo la cabeza a considerar todas las partes que cerca de sí tiene. El pecho está debajo, más tendido que en los otros animales [ . . . J De sus lados más altos salen los brazos, en cuyos extremos están las manos, las cuales solas son miembro de mayor valor que cuantos dio naturaleza a los otros animales. Son éstas muy obedientes del arte y de la razón, que hacen cualquier obra que el entendimiento les muestra en imagen fabricada. Estas, aunque son tiernas, ablandan el hierro, y hacen de él mejores armas para defenderse, que uñas ni cuernos; hacen de él instrumentos para compeler la tierra a que nos dé bastante mantenimiento y otros para abrir las cosas duras, y hacerlas todas a nuestro uso. Estas son las que aparejan al hombre, vestido, no áspero ni feo, cual es el de los otros animales, sino cuál el quiere escoger". Diálogo de la dignidad del hombre. El Cortesano. Diálogos de amor. Diálogo de la lengua.

Ahora, pues, si bien contempláis, veréis al hombre compuesto de nobles miembros y excelentes, do nadie puede juzgar, cual cuidado tuvo su artífice, de hacerlos convenientes para el uso o para la hermosura. Por lo cual los pintores sabios en ninguna manera se confian de pintar al hombre más hennoso que desnudo; y también naturaleza lo saca desnudo del vientre, como ambiciosa y ganosa de mostrar su obra tan excelente sin ninguna cobertura. Que si el hombre sale llorando, no es porque sea aborrecido de Naturaleza, o porque este mundo no le sirva, sino es, como bien dijiste tú, Aurelio, porque no se halla en su verdadera tieIla. Quien es natural del cielo, ¿en qué otro lugar se puede hallar bien, aunque sea bien tratado según su manera? El hombre es del cielo natural, por eso no te maravilles si lo ves llorar estando fuera de él. Ni pienses tampoco que es menos bien obrado dentro de su cuerpo, que has visto por fuera; antes sus partes interiores son de mayor artificio. [ . . .] En la pelea de contrarias calidades y en la multitud de venas, y fragilidad de huesos, o no hay tanto peligro, como tú representaste, o si es así, en ello se muestra qué cuidado tiene de nosotros Dios, pues entre peligros tan ciertos nos conserva tantos días". Diálogo de la dignidad del hombre. El Cortesano. Diálogos de amor. Diálogo de la lengua.

Si bien consideras, hallarás que estas necesidades son las que ayuntan a los hombres a vivir en comunidad, de donde cuánto bien nos venga, y cuánto deleite, tú lo ves, pues que de aquí nacen las amistades de los hombres y suaves conversaciones. De aquí viene que unos y otros se enseñen, y los cuidados de cada uno aprovechen para todos. Y si nuestra natural necesidad no nos ayuntara en los pueblos, tú vieras cuáles anduvieran los hombres solitarios, sin cuidado, sin doctrina, sin ejercicios de virtud, y poco diferentes de los brutos animales; y la parte divina que es el entendimiento, fuera como perdida, no teniendo en qué ocuparse. Así que lo que nos parece falta de naturaleza, no es sino guía, que nos lleva a hallar nuestra perfección. [ . . . ] Así que esta incertidumbre en que Dios puso al hombre, responde a la libertad del alma. Unos quieren vestir lana, otros, lienzo, otros, pieles; unos aman el pescado, otros la carne, otros las frutas. Quiso Dios cumplir la voluntad de todos, haciéndolos en estado en que pudiesen escoger. [ . . . ]. Diálogo de la dignidad del hombre. Diálogos de amor. El Cortesano. El criticón.

Solamente veo que no pudo el hombre imitar las alas de las aves, lo cual me parece que nos fue prohibido con admirable providencia, porque de las alas no les viniera tanto provecho a los buenos como a los malos les viniera daño. No tenemos qué hacer en los aires; basta que la tierra do vivimos la podamos andar toda, y pasar los mares, que atajan los caminos. Gran cosa es el hombre y admirable, el cual quiso Dios que con muchas tardanzas convaleciese después de nacido,dándole a entender la grande obra que en él hacía. [ . . .] Ahora hablemos del entendimiento, que tú tanto condenas, el cual para mí es cosa admirable, cuando considero que, aunque estamos aquí como tú dijiste en la hez del mundo, andamos con él por todas partes. Rodeamos la tierra, medimos las aguas, subimos al cielo, vemos su grandeza, contamos sus movimientos, y no paramos hasta Dios, el cual no se nos esconde. Ninguna cosa hay tan encubierta, ninguna hay tan apartada, ninguna hay puesta en tantas tinieblas, do no entre la vista del entendimiento humano para ir a todos los secretos del mundo; hechas tiene sendas conocidas, que son las disciplinas, por do lo pasea todo. No es igual la pereza del cuerpo a la gran ligereza de nuestro entendimiento; no es menester andar con los pies lo que vemos con el alma. Todas las cosas vemos con ella, y en todas miramos, y no hay cosa más extendida que es el hombre, que aunque parece encogido, su entendimiento lo engrandece. Este es el que lo iguala a las cosas mayores, éste es el que rige las manos en sus obras excelentes, éste halló la habla con que se entienden los hombres, éste halló el gran misterio de las letras, que nos dan facultad de hablar con los ausentes, y de escuchar ahora a los sabios antepasados las cosas que dijeron. Las letras nos mantienen la memoria, nos guardan las ciencias y, 10 que es más admirable, nos extienden la vida a largos siglos, pues por ellas conocemos todos los tiempos pasados. Diálogo de la dignidad del hombre. Diálogos de amor. Diálogo de la lengua. El Cortesano.

Mas por mayor ornamento la ennobleció de infinitos bultos de los antiguos de mármol y de bronce, de pinturas singularísimas y de todas maneras de instrumentos de música, y en todo ello no se pudiera hallar cosa común, sino escogida y muy excelente. Tras esto, con mucha costa y diligencia juntó un gran número de muy singulares y nuevos libros griegos, latinos y hebraicos, y guameciólos todos de oro y de plata, considerando que ésta era la mayor excelencia de todo su palacio". El Cortesano. Diálogo de la dignidad del hombre. Diálogo de la lengua. El sueño de Escipión.

Así que lo que más importa y es más necesario al Cortesano para hablar y escribir bien, es saber mucho. Porque el que no sabe, ni en su espíritu tiene cosa que merezca ser entendida, mal puede decirla o escribirla. Tras esto cumple asentar con buena orden lo que se dice o se escribe, después exprimirlo distintamente con palabras que sean propias, escogidas, llenas, bien compuestas y sobre todo usadas hasta del vulgo, porque éstas son las que hacen la grandeza y la majestad del hablar, si quien habla tiene buen juicio y diligencia, y sabe tomar aquellas que más propiamente exprimen la significación de lo que se ha de decir, y es diestro en levantarlas, y dándoles a su placer forma como a cera, las pone en tal parte y con tal orden, que luego en representándose den a conocer su lustre y su autoridad, como las pinturas puestas a su proporcionada y natural claridad". Diálogos des amor. Diálogo de la lengua. El Cortesano. La Arcadia.

[...]en las cortes de los príncipes, adonde no solamente es buena para desenfadar, más aún para que con ella sirváis y deis placer las damas, las cuales de tiernas y de blandas fácilmente se deleitan y enternecen con ella. Por eso no es maravilla que ellas en los tiempos pasados y en estos de agora hayan sido comúnmente inclinadas a hombres músicos, y holgado extrañamente con oír tañer y cantar bien. El Cortesano. Diálogos de amor. Diálogo de la lengua. Menosprecio de corte y alabanza de aldea.

Cumple que nuestro Cortesano [sepa] dibujar o trazar y tener conocimiento de la propia arte del pintar. Y no os maravilléis que yo le desee esta arte, la cual hoy en día quizá es tenida por mecánica, y por ventura no parece que convenga a caballero, que yo me acuerdo haber leído que los antiguos, en especial en toda Grecia, querían que los mancebos generosos estudiasen dentro en las escuelas y se ejercitasen en la pintura como en cosa virtuosa y necesaria, y fue esta arte recibida en el primer grado de las liberales, después con público mandamiento fue prevenido que no se mostrase a los siervos. Tuviéronla también los romanos en mucho, y de esta el antiguo y noble linaje de los Fabios tomó el uno de los tres nombres, y así el primer Fabio fue llamado pintor, porque realmente lo fue muy grande, y tan dado a la pintura, que habiendo pintado los muros del templo de la salud, intituló en ellos su nombre, pareciéndole que, aunque fuese de casa tan honrada y llena de tantos títulos [ . . . ] todavía acrecentaría su fama dejando aquella memoria de haber sido tan grande pintor. [ . . .]. El Cortesano. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. El sueño de Escipión. Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

Verdaderamente quien no aprecia esta arte paréceme hombre fuera de toda razón, que si bien lo contemplamos, toda la fábrica de este mundo que vemos con el ancho cielo de claras estrellas lumbroso, y en el medio de todo la tierra rodeada de mar, de montes, de valles, de ríos diversificada y de diversos árboles, de lindas flores, de extrañas yerbas aderezada, podemos decir que no es otra cosa sino una milagrosa y gran pintura por las manos de la natura y de Dios compuesta, la cual quien fuere para contrahacerla merecerá ser alabado de todo el mundo. Arte es ésta que no se puede llegar a saber mucho de ella sin tener noticia de muchas cosas, y si no, pruébelo quien quisiere y verlo ha. Por eso los antiguos la estimaban y hacían gran honra a los oficiales de ella; y así llegó a lo más alto de su perfección, como se puede bien conocer en los bultos antiguos de mármol y de bronce que en nuestros días se ven. [ . . . ] Por eso, como lo de los bulto tes cosa divina, así también se puede decir que los son las pinturas, y por ventura son tanto más excelentes cuanto es mayor el artificio que en ellas cabe. [ . . .]. El Cortesano. Diálogos de amor. El sueño de Polílifo. El sueño de Escipión.

y pienso que entre los antiguos floreció y llegó al punto de su perfección como las otras cosas, lo cual aun ahora en nuestros días se puede bien juzgar por algunos pedazos de ella que nos han quedado, en especial en las grutas de Roma. Pero más claros testigos de esto son los libros que antiguamente se escribieron, en los cuales a cada paso se refiere la excelencia del pintar y de sus maestros que en aquellos tiempos estaban en grande reputación con los príncipes y con las repúblicas. y así se lee que Alejandro amó tanto a Apeles Efesio que habiéndole hecho sacar al propio una amiga suya toda desnuda, y conociendo que el buen pintor así pintándola, poco a poco se había enamorado en extremo de ella, sin considerar ninguna otra cosa más, se la dio. [ . . . ] Quien esto hizo por Apeles ya veis si le querría bien [ . . . ) . Escríbense otros mil ej emplos del amor que Alejandro tuvo a Apeles, honróle tanto que, que mandó con públicos pregones que nadie sino él fuese osado de pintar su figura". El Cortesano. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. La Arcadia.

No puede haber corte ninguna, por grande y maravillosa que sea, que alcance valor ni lustre ni alegría sin damas, ni Cortesano que tenga gracia, o sea hombre de gusto o esforzado, o haga jamás buen hecho, sino movido y levantado con la conversación y amor de ellas". El Cortesano. Diálogos de amor. La Arcadia. El sueño de Escipión.

La nobleza del linaje, el huir la afectación, el tener gracia natural en todas las cosas, el ser de buenas costumbres, ser avisada, prudente, no soberbia, no envidiosa, no maldiciente, no vana, no revoltosa ni porfiada [ . . . ] En la manera, en las palabras, en los ademanes y en el aire, debe la muj er ser muy diferente al hombre, porque así como le conviene a él mostrar una cierta gallardía varonil, así en ella parece bien una delicadeza tierna y blanda, con una dulzura mujeril en su gesto, que la haga en el andar, en el estar y en el hablar, siempre parecer mujer, sin ninguna semejanza de hombre". El Cortesano. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. Diálogo de la lengua.

Ciertamente a la mujer que no es hermosa no podemos decir que no le falte una muy gran cosa. Debe también ser más recelosa que no el hombre en lo que toca a su honra y tener mayor cautela en no dar ocasión que se pueda decir mal de ella, y regirse de tal manera que no solamente sea libre de culpa, mas aun de sospecha; porque la muj er no tiene tantas armas para defenderse de lo que le levantan como el hombre". El Cortesano. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. La Arcadia.

Ciertamente a la mujer que no es hermosa no podemos decir que no le falte una muy gran cosa. Debe también ser más recelosa que no el hombre en lo que toca a su honra y tener mayor cautela en no dar ocasión que se pueda decir mal de ella, y regirse de tal manera que no solamente sea libre de culpa, mas aun de sospecha; porque la mujer no tiene tantas armas para defenderse de lo que le levantan como el hombre". El Cortesano. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. El sueño de Escipión.

Aunque se consideraba que ni las armas ni los ejercicios físicos eran apropiados para las mujeres, uno de los interlocutores, Gonzaga, testimoniaba haber visto a la mujer participar en ellos: "Yo en mis días he visto mujeres jugar de armas, y a la pelota, menear un caballo, ir a caza, y hacer casi todos los ejercicios que pudiera hacer un hombre. El Cortesano. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. El sueño de Polílifo.

¿No sabéis vos que Platón, el cual a la verdad no era muy amigo de las mujeres, quiere que ellas tengan cargo del regimiento de las ciudades, y que los hombres no entiendan sino solamente en las cosas de guerra? ¿No creéis vos que se hallarían muchas tan sabias en el gobierno de las ciudades y de los ejércitos como los hombres? Mas yo no he querido darles este cargo, porque mi intención es fOrmar una dama y no una reina. El Cortesano. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. Diálogo de la lengua.

Dicen también muchos que las damas fueron en parte gran causa de las victorias del rey don Fernando y reina doña Isabel contra el Rey de Granada; porque las más veces, cuando el ejército de los españoles iba a buscar a los enemigos, la reina iba allí con todas sus damas, y los galanes con ellas, hablándoles en sus amores hasta que llegaban a la vista de los moros; después [ . . . ] iban a las escaramuzas, con aquella lozanía y ferocidad que les daba el amor y el deseo de hacer conocer a sus señoras que eran amadas y servidas por hombres valerosos". El Cortesano. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. El sueño de Escipión.

El ardiente deseo que llamamos amor [ . . . ] es un lustre o un bien que mana de la bondad divina, el cual aunque se extienda y se derrame sobre todas las cosascriadas como la luz del sol, todavía cuando halla un rostro bien medido y compuesto, con una cierta alegre y agradable concordia de colores distintos, y ayudados de sus lustres y de sus sombras, y de un ordenado y proporcionado espacio y término de líneas, infundese en él, y muéstrase hermosísimo, aderezando y ennobleciendo aquel sujeto, donde él resplandece acompañándole, y alumbrándole de una gracia y resplandor maravilloso, como rayo de sol que da en un hermosos vaso de oro, muy bien labrado y lleno de piedras preciosísimas; y así con esto trae sabrosamente a sí los ojos que le ven, y penetrando por ellos se imprime en el alma de quien le mira, y con una nueva y extraña dulzura toda la trastorna y la hinche de deleite, y encendiéndola, la mueve a un deseo grande de él; así que, quedando presa el alma del deseo de gozar de esta hermosura como de cosa buena, si se deja guiar por el sentido, da de ojos en grandes errores, y juzga que aquel cuerpo, en el cual se ve la hermosura, es la causa principal de ella, y así, para gozarla enteramente, piensa que es necesario juntarse de todo, lo más que sea posible, con él; y este es gran error, y por eso, el que cree gozar la hermosura poseyendo el cuerpo donde ella mora, recibe engaño, y es movido no de verdadero conocimiento por elección de razón, sino por opinión falsa por el apetito del sentido; y así también el placer que se sigue de esto ha de ser de necesidad falso". El Cortesano. Diálogos de amor. Diálogo de la lengua. El sueño de Polílifo.

Goce con los oj os aquel resplandor, aquella gracia, aquellas centellas de amor, la risa, los ademanes, y todos los otros dulces y sabrosos aderezos de la hermosura. Goce asimismo con los oídos la suavidad del tono de la voz, el son de las palabras, y la dulzura del tañer y del cantar, si su dama fuere música, y así con todas estas cosas dará a su alma un dulce y maravilloso mantenimiento por medio de estos dos sentidos, los cuales tienen poco de lo corporal, y son ministros de la razón, y será tal este mantenimiento suyo, que no pasará, hacia el cuerpo con el deseo, a ningún apetito deshonesto. Tras esto acate, sirva, honre y siga en todo la voluntad de su Dama, y quiérala más que a sí mismo, tenga más cuidado de los placeres y provechos de ella que de los suyos propios, y ame en ella no menos la hermosura del alma que la del cuerpo". El Cortesano. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. El sueño de Escipión.

y nosotros, de nosotros mismos enajenados, como verdaderos amantes, en lo amado podamos transformarnos, y levantándonos de esta baja tierra seamos admitidos en el convite de los ángeles, adonde mantenidos con aquel mantenimiento divino, que ambrosía y néctar por los poetas fue llamado, en fin muramos de aquella bienaventurada muerte que da vida, como ya murieron aquellos santos padres, las almas de los cuales tú, con aquella ardiente virtud de contemplación, arrebataste del cuerpo y las juntaste con Dios". El Cortesano. El sueño de Escipión. Diálogo de la dignidad del hombre. La Arcadia.

Es necesario que el conocimiento preceda al amor. Que ninguna cosa cae en nuestro entendimiento si primero efectualmente ella no se halla ser. Porque nuestro entendimiento es un espejo y ejemplo, o por decir mejor, una imagen de las cosas reales. De manera que no hay cosa alguna que se pueda amar si primero no se halla ser realmente. Diálogos de la lengua. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. El Cortesano.

Verdad dices. Pero también por esa misma razón el deseo no puede caer sino en las cosas que tienen ser; porque no deseamos sino las cosas que primero conocemos debajo de especie de buenas. Y por eso definió el Filósofo lo bueno ser aquello que todos desean. Luego el conocimiento así del amor del deseo es de las cosas que tienen ser [ . . . ]. Así al amor como al deseo, precede el conocimiento de la cosa amada o deseada que es buena. Y el conocimiento a ninguno de ellos debe ser de otra cosa que de buena; porque si no fuese así, el tal conocimiento sería causa de hacer aborrecer totalmente la cosa conocida, y no desearla o amarla. De manera que así el amor como el deseo presuponen igualmente el ser de las cosas, así en realidad como en conocimiento. [ . . . ]. Diálogos de amor. El cortesano. Diálogo de la dignidad del hombre. La Arcadia.

Amar y desear las cosas honestas es lo que hace al hombre verdaderamente ilustre, porque los tales amores y deseos hacen excelente la parte más principal del hombre, por la cual es hombre, o la que está más alejada de la materia y de la oscuridad y más propincua a la divina claridad que es el ánima intelectiva, la cual sola entre todas las partes y potencias humanas puede huir de la fea mortalidad. Consiste, pues, el amor y el deseo de lo honesto en dos ornamentos de nuestro entendimiento, conviene a saber: virtud y sabiduría, porque estas son los fundamentos de la verdadera honestidad, la cual precede a la utilidad de lo útil y al deleite de lo deleitable, por estar lo deleitable principalmente en el sentimiento, y lo útil en el pensamiento, y lo honesto en el entendimiento, que excede a todas las otras potencias, y porque lo honesto es el fin para el cual los otros dos fueron ordenados: porque lo útil se busca para lo deleitable, que, mediante las riquezas y los bienes adquiridos, se pueden gozar los deleites de la naturaleza humana. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. El cortesano. La Arcadia.

Lo deleitable es para el sustento del cuerpo; el cuerpo es instrumento que sirve al ánima intelectiva en sus acciones de virtud y sabiduría. Así que el fin del hombre consiste en las acciones honestas virtuosas y sabias, las cuales preceden a todos los otros hechos humanos y a todo otro amor y deseo. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. El cortesano. El sueño de Escipión.

De la Divinidad depende la ánima intelectiva, agente de todas las honestidades humanas, la cual no es otra cosa que un pequeño rayo de la infinita claridad de Dios, apropiado al hombre para hacerle racional, inmortal y feliz. Y también porque esta ánima intelectiva, para venir a hacer las cosas honestas, tiene necesidad de participar de la lumbre divina; porque, aunque ella haya sido producida clara, como rayo de luz divina, por el impedimento de la ligadura que tiene con el cuerpo y por haber sido ofuscada con la oscuridad de la materia, no puede arribar a los ilustres hábitos de la virtud y a los resplandecientes conceptos de la sabiduría, si no es realumbrada de la luz divina en los tales actos y condiciones. [ . . . ]. Diálogo sobre la lengua. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. El cortesano.

Nuestro entendimiento, aunque de suyo es claro, está de tal suerte impedido en los actos honestos y sabios por la compañía del cuerpo rústico y de tal manera ofuscado que le es necesario ser alumbrado de la luz divina, la cual, reduciéndolo de la potencia al acto y alumbrando las especies y las formas que proceden del acto cogitativo, el cual es medio entre el entendimiento y las especies de la fantasía, le hace intelectualmente intelectual, prudente y sabio, inclinado a las cosas honestas y resistente a las deshonestas, y quitándole totalmente la tenebrosidad lo deja en acto claro perfectamente. Así que el sumo Dios, de la una manera y de la otra, es principio de quien dependen todas las cosas honestas humanas, así la potencia de ellas como el acto. y siendo el supremo Dios pura, suma, bondad y honestidad y virtud infinita, es necesario que todas las otras bondades y virtudes dependan de El como de verdadero principio y causa de todas las perfecciones. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. Diálogo de la lengua. La Arcadia.

De manera que a quien considera las virtudes divinas, la imitación de ellas le es camino y medio para le llevare a todos los actos honestos y virtuosos y a todos los sabios conceptos a que la condición humana puede arribar; que Dios no solamente no es padre en la generación, pero también maestro y administrador maravilloso para atraemos a todas las cosas honestas mediante sus claros y manifiestos ejemplos. Diálogos de amor. Diálogo sobre la dignidad del hombre. El sueño de Escipión. El sueño de Polílifo.

El amor se puede definir con verdad que es deseo de gozar con unión la cosa conocida por buena; y aunque el deseo, como otra vez te he dicho, presupone ausencia de la cosa deseada, ahora te digo, que aunque la cosa buena exista y se posea, de todas maneras se puede desear, no de haberla, pues que es habida, sino de gozarla con unión cognoscitiva; y es futura fruición, se puede desear, porque aún no es. Este tal deseo se llama amor, y es de las cosas no habidas que se desean alcanzar, o de las poseídas que se desean gozar con unión: y el uno y el otro propiamente se llama deseo, pero el segundo más propiamente se dice amor. De suerte que definimos el amor ser deseo de gozar con unión o deseo de convertirse con unión en la cosa amada. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. El cortesano. La arcadia.

Y aunque el apetito del amante con la unión copulativa se harta, y cesa luego aquel deseo o apetito, no por eso se priva el cordial amor; antes se enlaza más la posible unión la cual tiene actual conversión del un amante en el otro, o el hacer de dos uno, quitando la división y diversidad de ellos cuanto es posible, y, quedando el amor en mayor unión y perfección, queda en continuo deseo de gozar con unión la persona amada, que es la verdadera definición del amor. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. La arcadia. El sueño de Escipión.

Al uno engendra el deseo o apetito sensual, que deseando el hombre alguna persona, la ama, y este amor es imperfecto, porque depende de vicioso y frágil principio, porque es hijo engendrado del deseo, y tal fue el amor de Arnnón para con Tamar [ . . . ] ; el otro amor es aquel de quien se engendra el deseo de la persona amada, y no el amor del deseo o apetito; antes, amando perfectamente, la fuerza del amor hace desear la unión espiritual y la corporal con la persona amada. De manera que, como el primer amor es hijo del deseo, así éste le es padre y verdadero engendrador. y este amor segundo, cuando alcanza lo que desea, no cesa el amor, aunque cesa el apetito y el deseo; porque, quitando el efecto, no por eso quita la causa. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. El cortesano. La arcadia.

A esta llaman los filósofos materia prima, y los más antiguos la llaman Caos, que en griego quiere decir confusión, porque todas las cosas potencialmente y generativamente están en ella juntas y en confusión, y de ésta se hacen todas, cada una de por sí difusamente y sucesivamente. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. La arcadia. El cortesano.

El hombre es imagen de todo el universo, y por esto los griegos le llaman microcosmos, que quiere decir mundo pequeño. Empero, el hombre y cualquiera otro animal perfecto, contiene en sí macho y hembra, porque su especie se salva en ambos a dos y no en uno solo de ellos. y por esto no solamente en la lengua hebrea, antiquísima madre y origen de todas las lenguas, Adán quiere decir hombre, significa macho y hembra y en su propia significación los contiene ambos a dos conjuntamente. El sueño de Escipión. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. La arcadia.

Pitágoras decía que, moviéndose los cuerpos celestiales, engendraban excelentes voces, correspondientes la una a la otra en concordancia armónica. La cual música celestial decía ser causa de la sustentación de todo el universo en su peso, en su número y en su medida. Señalaba a cada orbe y a cada planeta su tono y su voz propia, y declaraba la armonía que resultaba de todos. Y decía ser la causa que nosotros no oyésemos ni sintiésemos esta música celestial, la distancia del cielo a nosotros o la costumbre de ella, la cual hacía que nosotros no la sintiésemos, como acaece a los que viven cerca del mar, que por la costumbre no sienten su ruido como los que nuevamente se acercan a ese mar. El sueño de Escipión. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. La arcadia.

Ponen el primero de todos por sentido literal, como corteza exterior, la historia de algunas personas y de sus hechos notables dignos de memoria. Después, en la misma ficción, ponen como corteza más intrinseca, cerca de la médula, el sentido moral, útil a la vida activa de los hombres, aprobando los actos virtuosos y vituperando los viciosos. Allende de esto, debajo de las propias palabras, significan alguna verdadera inteligencia de las cosas naturales o celestiales, astrologales o teologales. Y algunas veces se encierran dentro en la fábula los dos o todos los otros sentidos científicos, como las medulas de la fruta dentro de sus cortezas. Estos sentidos medulados se llaman alegóricos. Diálogos de amor. El cortesano. Diálogo de la dignidad del hombre. El sueño de Polílifo.

Te digo que mi mente, retirada a contemplar, como suele, la hermosura en ti formada y en ella impresa por imagen y deseada siempre, me ha hecho dejar los sentidos exteriores [ . . . ). Si tu resplandeciente hermosura no se me entrara por los ojos, no hubiera podido traspasarme tanto como ha hecho el sentido y la fantasía, y penetrando hasta el corazón, no hubiera tomado por eterna habitación, como tomó, la mente mía, llenándola de la escultura de tu imagen; que no traspasan tan fácilmente los rayos del sol a los cuerpos celestiales o a los elementos que están debajo, hasta ponerse en el centro del corazón y en el corazón de la mente. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. El sueño de Escipión. El cortesano.

Así como la virtud intelectiva es más excelente y tiene más perfecto y más verdadero conocimiento que la visiva, así la luz que alumbra a la vista intelectual es más perfecta y más verdadera luz que la del Sol que alumbra el ojo. Y más te diré: que la luz del Sol no es cuerpo, ni pasión, calidad o accidente de cuerpo, como creen algunos bajos filosofan tes, antes no es otra cosa que sombra de la luz intelectual o resplandor de ella comunicado al cuerpo más noble. De donde, el sabio profeta Moisés dice del principio de la creación del mundo que, siendo todas las cosas una confusión tenebrosa, a manera de una oscura profundidad de agua, el espíritu de Dios, aspirando en las aguas del caos, produjo la luz. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. El cortesano. Sueño de Escipión.

Quiero decir que del resplandeciente entendimiento divino fue producida la luz visiva en el primer día de la creación, y en el cuarto día fue aplicada al Sol y a la luna y a las estrellas. [ . . . ] la luz del Sol no es accidente, sino fonna espiritual suya, dependiente y fOlmada de la luz intelectual y divina. [ . . .] Así que la verdadera luz es la intelectual, que alumbra esencialmente al mundo corpóreo e incorpóreo, y en el hombre da la luz al ánima y vista intelectiva: de la cual luz se deriva la luz del sol, que formalmente y actualmente alumbra al mundo corpóreo, y en el hombre da luz a la vista ocular, para poder comprender todos los cuerpos no solamente los del mundo inferior de la generación (como hacen también los otros sentidos), pero también los cuerpos divinos y eternos del mundo celestial. La cual principalmente causa en el hombre el conocimiento de las cosas incorpóreas, que por ver las estrellas y los cielos en continuo movimiento, venimos a conocer ser los movedores de ellos intelectuales e incorpóreos y también la sabiduria y potencia del universal Criador. El sueño de Escipión. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. El cortesano.

El objeto de la vista es todo el mundo corpóreo, así el celestial como el inferior; los otros sentidos solamente pueden comprender parte del mundo inferior imperfectamente [ . . . ]. Pero el ojo ve las cosas que están en la última circunferencia del mundo y en los primeros cielos, y mediante la luz, comprende todos los cuerpos alejados y cercanos, y aprehende todas las especies de ellos sin pasión alguna [ . . . ]. Pues así como en el hombre, que es mundo pequeño, el ojo, entre todas sus partes corpóreas, es como el entendimiento entre todas las virtudes del ánima, y es simulacro y ministro de ella, así en el mundo grande, el Sol, entre todos los corporales, es como el entendimiento divino entre todos los espirituales, y es simulacro suyo y su verdadero secuaz y ministro, y así como la luz y la vista del ojo del hombre es dependiente de la luz intelectual y de su vista y le sirve con muchas diferencias de cosas vistas y conocidas, así la luz del Sol depende y sirve a la primera verdadera luz del entendimiento divino. Diálogos de amor. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. El cortesano. El sueño de Escipión.

Siendo nuestra ánima imagen pintada de la suma hermosura y, deseando naturalmente volver a la propia divinidad, está preñada siempre de ella con este natural deseo. Por lo cual, cuando ve una persona hermosa en sí de hermosura a ella misma conveniente, conoce en ella y por ella la hermosura divina; porque aquella persona es también imagen de la divina hermosura. Diálogos de amor. El sueño de Escipión. Diálogo de la dignidad del hombre. El cortesano.

Cuando la persona amada hermosísima es amada de ánima clara y elevada de la materia, en la cual la suma hermosura divina sumamente relumbra, entonces se deifica grandemente en ella, la cual la adora siempre por divina, y su amor para con ella es muy intenso, eficaz y ardiente. Pues al que yo tengo, ¡ oh Sofía!, lo hace grandemente divino la muy resplandeciente hermosura tuya espiritual y corporal, y aunque la claridad de mi mente no es proporcionada y capaz de deificarla cuanto convenía, la excelencia de tu hermosura suple la falta de mi mente oscura. El sueño de Escipión. Diálogos de amor. El cortesano. la Arcadia.

Los altos y espaciosos árboles, creados por la natura en los hórridos montes, suelen, a menudo, agradar más a quien los mira que las cultivadas plantas, expurgadas por doctas manos en los adornados jardines; y suelen complacer mucho más en los solitarios bosques los selváticos páj aros, sobre las verdes ramas cantando, a quien los escucha, que en las hacinadas ciudades, los amaestrados, dentro de las graciosas y ornadas jaulas. Por lo que igualmente, y así lo creo, sucede que las silvestres canciones escritas en las rugosas cortezas de las hayas deleitan a quien las lee no menos que los cultos versos escritos en los lisos papeles de los dorados libros, y las enceradas cañas de los pastores ofrecen tal vez un sonido más agradable en los floridos valles, que los tersos y apreciados bojes 79 de los músicos en las ostentosas estancias. Diálogos de amor. El cortesano. La Arcadia. Diálogo de la dignidad del hombre.

¿Y quién duda, que a las humanas mentes no sea más agradable una fontana, que libremente mane de la viva piedra, rodeada de verde hierba que todas lasotras artísticamente hechas con blanquísimos mármoles, resplandecientes por el mucho oro? En verdad, creo que nadie. Por lo que, confiando en todo lo dicho, bien , podré entre estas solitarias riberas, narrar las rústicas Eglogas, brotadas de natural vena, a los árboles que escuchan, y a aquellos pocos pastores que aquí se encuentren; así, expresándolas desnudas de ornato, tal como las oí cantar a los pastores de , Arcadia, baj o las placenteras sombras, junto al murmullo de líquidas fuentes. Eglogas, a las que no una vez, sino mil, los montanos dioses [Pan y los Sátiros], vencidos por su dulzura, prestaron atentos oídos, y por las que las tiernas Ninfas, olvidadas de perseguir a los esquivos animales, abandonaron las aljabas y los arcos bajo los altos pinos del Ménalo y del Liceo. La Arcadia. El cortesano. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre.

En la cumbre del Partenio, no humilde monte de la pastoril Arcadia, yace un delicioso llano, de no muy dilatada extensión, ya que la situación del lugar no lo consiente, pero tan colmado de menuda y verdísima hierba, que si las lascivas ovejas con sus ávidos mordiscos allí no pastaran, se podría en cualquier tiempo encontrar verdor. Donde, si no me engaño, hay de doce a quince árboles de una belleza tan extraña y desmedida que cualquiera que los viese, juzgaría que la maestra natura se hubiese esmerado allí en fOlluarlos, con sumo deleite. Estos árboles, algo distanciados unos de otros, y no dispuestos en orden artificioso, ennoblecen sobremanera con su raleza la natural belleza del lugar. La Arcadia. El sueño de Polílifo. El sueño de Escipión. Diálogos de amor.

Allí, sin nudo alguno, se puede ver el derechísimo abeto, nacido para resistir los peligros del mar; y la robusta encina, de ramas más abiertas; y el alto fresno y el delicioso plátano allí se despliegan con sus sombras, ocupando una buena parte del bello y abundante prado. Y allí, con una fronda más limitada, se encuentra el árbol de cuyas hojas Hércules solía coronarse, árbol en cuyo tronco fueron transformadas las míseras hijas de Climene [chopo]; y en uno de los lados el nudoso castaño se discierne, y el frondoso boj, y con puntiagudas hojas el excelso pino cargado de durísimos frutos; en el otro, la umbría haya, el incon uptible tilo, y el frágil tamarisco, junto con la oriental palma, dulce y estimado premio para los vencedores. Pero entre todos, en el centro, junto a una clara fuente, se levanta hacia el cielo el enhiesto ciprés, veraz imitador de las altas metas, en el que, no ya Ciparíso [bello joven amado por Apolo], sino el mismo Apolo, si fuese lícito decirlo, no habría desdeñado transfigurarse. Estas plantas no son tan descorteses como para impedir totalmente con sus sombras que los rayos del sol penetren en el delicioso bosque, sino que, por varias partes tan graciosamente los reciben, que es rara la hierba que por aquéllos no tenga grandísima recreación, y así como siempre agradable morada allí se encuentra, ésta es en la florída prímavera más placentera que en el resto del año. Diálogos de amor. La arcadia. Diálogo de la dignidad del hombre. El sueño de Escipión.

Un día, guiando los corderos junto a un río, vi, entre las ondas, una bella luz que con dos rubias trenzas me apresó, dibuj ándome en el corazón un rostro, que vencía el color de la leche y las rosas; después se ocultó dentro del alma de tal modo que de otra carga no me opríme el peso. [ . . . ] Lavaba un velo y cantaba en voz alta. ¡Ay de mí, que cuando ella me vio, rápidamente intenumpió su cancioncilla, callando, y me llenó de disgusto, ciñéndose los vestidos y cubriéndose del todo, para mayor desdicha mía; después se sumergió hasta la cintura y yo, abatido, caí a tierra desmayado [ . . . ] saben bien estos bosques cuánto la amo, lo saben los ríos, los montes, las fieras y los hombres, saben que la anhelo siempre llorando y suspirando. Lo sabe mi rebaño, tantas veces al día la nombro que ya a todas horas me escucha, pazca en la selva o en en el establo rumie. Eco resuena y a menudo me devuelve las voces, que tan dulces en el aire se escuchan, y en los oídos el bello nombre resuena. Estos árboles hablan siempre de ella, y en sus cortezas escrita la muestran, incitándome a menudo a cantar y a llorar. Diálogos de amor. La arcadia. El cortesano. El sueño de Escipión.

Sus cabellos estaban cubiertos por un delicado velo, sus oj os hermosos y brillantes más abajo resplandecían como si fueran claras y flameantes estrellas en el sereno y límpido cielo; el semblante algo más alargado que redondo, bellamente formado, de blancura no desagradable, sino mesurada, algo inclinado al moreno, y acompañado de un bermejo y airoso color, inundaba de placer los ojos que lo miraban; los labios superaban a las matutinas rosas; a través de ellos, cada vez que hablaba o sonreía, dejaba ver una pequeña parte de sus dientes, de tan rara y maravillosa heIlnosura, que con ninguna otra cosa, a no ser con perlas orientales, los habría sabido comparar. Luego, por el marmóreo y delicado cuello descendiendo, vi en el tierno pecho los pequeños y juveniles senos, que como dos redondos frutos bajo el finísimo vestido empujaban; entre estos se podía ver una línea bellísima, y muy agradable de mirar, que, aunque en las secretas partes terminaba, fue motivo para hacerme pensar con más insistencia en dichas partes. Y ella, delicada y de gentil y elevada estatura, paseaba por los hermosos prados cogiendo con blanca mano las flores tiernas. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. El sueño de Polílifo. La Arcadia.

Llegamos a las fuentes de un río llamado Erimanto, que desde el pie de un monte por una brecha en la roca viva con grande y terrible estruendo, y con una ebullición de blancas espumas, se lanza al llano, y corriendo por éste va fatigando con su rumor las cercanas selvas. Desde lejos, para quien allí se acercase solitario, tal hecho sería en un primer momento causa de un pavor inestimable; y seguramente no sin motivo, ya que se considera, casi como cierto, por la común opinión de los pueblos vecinos, que en aquel lugar habitan las Ninfas de la región, que, para provocar el miedo en el ánimo de lo que hasta allí quieren aproximarse, hacen ese sonido tan inaudito. La Arcadia. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. El cortesano.

No puedo ver aquí otra cosa, que antes no se convierta en razón para acordarme de ella con más fervor y diligencia; y parece que las cóncavas grutas y las fuentes, los valles y los montes, con todas las selvas la llamen, y que los altos arbustos digan siempre su nombre. Encontrándome a veces entre éstos y mirando los frondosos olmos cercados por las pampanosas vides, me viene amargamente al ánimo con insoportable angustia cuánto sea mi estado distinto de aquel de los insensibles árboles, los cuales, amados por las queridas vides, pelluanecen siempre con éstas, gentilmente abrazados; mientras que yo me consumo en un continuo dolor y en un continuo llanto [ . . .] me asalta una tristeza incurable a la mente, junto con una grandísima compasión de mí mismo brotada desde las íntimas entrañas. El cortesano. Diálogos de amor. Diálogo de la dignidad del hombre. La Arcadia.

Ya no me oigo nunca llamar por ninguno de vosotros Sannazaro, aunque haya sido el honroso nombre de mis antepasados, sin que ello, recordando haber sido llamado antes por ella Sincero, sea motivo para suspirar. Y nunca oigo sonido de zampoña alguna, ni voz de cualquier pastor, sin que mis ojos derramen amargas lágrimas; volviéndome a la memoria el tiempo alegre, en el cual, cantando mis rimas y versos de entonces, oía cómo ella me ensalzaba grandemente. La Arcadia. Diálogos de amor. El sueño de Escipión. El sueño de Polílifo.

Por lo cual, Sincero mío, si otorgas crédito alguno a los referidos sucesos, y eres hombre, como así creo, te deberías al punto reconfortar, como hacen los otros, y esperar firmemente en las adversidades, poder alcanzar todavía con la ayuda de los dioses un más alegre estado [ . . . ] y, como tú debes saber, las cosas deseadas, cuando con más tesón se consiguen, con más deleite, cuando se poseen, suelen ser estimadas. La arcadia. El sueño de Escipión. El sueño de Polílifo. Diálogos de amor.

Puedes tener como verdadero e indudable que quien vive más oculto y más lejos de la muchedumbre, vive mejor; y aquel que, sin envidia de la grandeza ajena, con modesto ánimo se contenta de su fortuna, puede entre los mortales con mayor derecho llamarse feliz. La arcadia. El sueño de Polílifo. El sueño de Escipión. El cortesano.

[...] cuenta que en ella vio en sueños cosas admirables [ . . .] y describe punto por punto, con palabras apropiadas y estilo elegante, todo lo que dice haber visto: pirámides, obeliscos, enormes ruinas de edificios, las distintas clases de columnas, su medida, los capiteles, basas, epistilos o arquitrabes rectos, arquitrabes curvos, zóforos, o frisos y comisas con sus ornamentos. Un gran caballo, un elefante tremendo, un coloso, una puerta magnífica con sus medidas y sus ornamentos, un espanto, los cinco sentidos en cinco ninfas, un baño egregio, fuentes, el palacio de la reina que es el libre albedrío, un banquete regio y superexcelente; la diversidad de joyas o piedras preciosas y su naturaleza; un juego de ajedrez a modo de baile con tres medidas de sonido. Tres jardines: uno de de vidrio, uno de seda, uno en fonna de laberinto, que es la vida humana. Un peristilo de ladrillo, en cuyo centro estaba representada la Trinidad en figuras jeroglíficas, es decir sagrados relieves egipcios. Las tres puertas y en cuál de ellas se quedó, y cómo estaba vestida Polia y cuál era su talante. Polia le conduce a ver cuatro admirables triunfos de Júpiter y las amadas de los dioses, las de los poetas y el afecto de las diversas clases de amor. El sueño de Escipión. El sueño de Polílifo. Diálogos de amor. El cortesano.

El triunfo de Vertumno y Pomona. El sacrificio a la antigua de Priapo. Un maravilloso templo, descrito según las reglas del arte, donde se realizaron sacrificios con gran devoción y ritos admirables. Cómo Polia y él fueron a esperar a Cupido a una playa en la que había un templo denuido, donde Polia persuade a Polífilo de que entre a mirar las cosas antiguas. y ve aquí muchos epitafios y un infierno pintado en mosaico. Cómo salió de allí por temor y volvió con Polia. y estando en ese lugar, viene Cupido con una navecilla en la que reman seis ninfas y, cuando ellos han entrado, el Amor hace velas de sus alas. y allí le fueron hechos honores a Cupido por los dioses marinos y diosas y ninfas y monstruos. Llegaron a la isla Citerea, que Polífilo describe completamente, detallando sus bosquecillos, prados, huertos, ríos y fuentes. y le fueron hechos presentes a Cupido, que los aceptó de las ninfas, y cómo fueron en un carro triunfal un teatro admirable, descrito todo él, que estaba en el centro de la isla. En su centro se halla la fuente de Venus, que tiene siete columnas preciosas. El sueño de Escipión. El sueño de Polílifo. La arcadia. El cortesano.

Y cuenta todo lo que se hizo allí y que, cuando llegó Marte, se marcharon y fueron a la fuente donde estaba la sepultura de Adonis. y aquí cuentan las ninfas la ceremonia anual que hacía Venus en memoria de este. Después las ninfas persuaden a Polia de que relate su origen y sus amores: todo esto en el primer libro. En el segundo, Polia refiere su genealogía, la edificación de Treviso, las dificultades de su amor y su final feliz. Y, contada ya la historia, con dignísimos pormenores y detalles, se despertó Polífilo al canto del ruiseñor. El sueño de Polílifo. La arcadia. El sueño de Escipión. Diálogos de amor.

La hora en que la frente de Matuta Leucothea [diosa de la mañana] palidecía, Febo [Sol], saliendo ya de las ondas del Océano, no mostraba aún las ruedas girando por los aires de su carro. Pero, apareciendo diligente con sus veloces caballos, primero Piroo y luego Eous, pintando de purpúreas rosas la luminosa cuadriga de su hija, no se demoraba en seguirla velocísimo, y centelleando ya sobre las cerúleas e inquietas olillas, sus radiantes cabellos se rizaban. Por su llegada a este punto del cielo, Cintia [la luna] , sin cuernos, desaparecía, fustigando los dos caballos que arrastraban su vehículo (uno blanco y el otro oscuro), alcanzando la línea extrema del horizonte que divide los hemisferios, donde, huyendo, cedía el paso a la estrella que precede al sol para renovar el día. Por entonces, los montes Rifeos estaban apacibles y no soplaba con tanto rigor el helado y frío Euro con su compañero, ni le mandaba sacudir las ramas tiernas ni inquietar los flexibles retoños y los puntiagudos juncos y débiles cañas, ni agitar los flexibles mimbres y los lánguidos sauces e inclinar los frágiles abetos, baj o los lascivos cuernos del toro, como solía hacer en el invierno, cuando soplaba. El sueño de Polílifo. El sueño de Escipión. La arcadia. El cortesano.

Así que, a solas con los altos pensamientos del amor, consumiendo insomne la larga y tediosa noche, desconsolado y suspirando a causa de mi estéril fortuna y mi adversa y mala estrella, llorando por un importuno y desgraciado amor, recapacitaba sobre lo que representa un amor no correspondido [ . . . ]. Me nutría de un falaz y falso placer ocasionado justamente y sin duda por un obj eto no mortal, sino antes bien divino: Polia, cuya idea venerable vive profundamente impresa en mí, íntimamente grabada como mi invasora. [ . . . ] Entonces, entrecerrados los húmedos ojos con los párpados enrojecidos, fluctuando entre la áspera vida y la suave muerte, fue invadida y ocupada sin demora por el dulce sueño aquella parte que no está unida con la mente ni con los espíritus amantes y despiertos ni es partícipe de tan altas operaciones. El sueño de Polílifo. El sueño de Escipión. El cortesano. Diálogos de amor.

Oh, Júpiter que resuenas desde lo alto, ¿cómo calificaré yo a esta inusitada visión, que no encuentra en mí átomo que no tiemble y arda al meditar sobre ella? ¿Feliz, admirable o aterradora? Me pareció estar en una amplia llanura que se presentaba muy adornada, toda ella verdeante y pintada de diversos colores por muchas clases de flores. y acariciada por suaves brisas, reinaba en ella el silencio y ningún ruido ni voz alguna llegaba a mis atentísimos oídos. [ . . . ] Vagando por este lugar [ . . . ] en aquellos herbosos lugares no veía ni pastores, ni cabreros, ni boyeros, ni yegüerizos, tocando sus rústicas siringas de dos cañas y sus flautas de corteza, ni vagaban por allí rebaños ni manadas. El sueño de Polílifo. La arcadia. El cortesano. Diálogos de amor.

Había una máquina giratoria en fonna de cupulilla fijada sobre un perno o eje que retenía la imagen de una ninfa [ . . . ], capaz de llenar de estupor a quien la miraba atentamente y con mirada insistente. [ . . . ] Su vestidura volante dejaba al descubierto parte de las carnosas pantorrillas y dos alas abiertas estaban aplicadas entre sus hombros, figurando el acto de volar. Su bellísima cara y su mirada benévola estaban vueltas hacia las alas. Tenía el cabello situado en la frente, en trenzas que volaban libremente, y la parte del cráneo y la nuca calva y sin pelo; [ . . . ] En su mano derecha, según se la miraba, sostenía una artística cornucopia llena de todos los bienes, vuelta hacia la tierra, y con la otra mano se apretaba el desnudo pecho. Esta estatua giraba fácilmente de un lado a otro según soplaba la brisa, con tal chirrido del roce de la vacía máquina metálica como nllnca se oyó en el erario romano. Diálogos de amor. El sueño de Polílifo. La arcadia. El cortesano.

y mis suspiros amorosos y sonoros resonaban en este lugar solitario y desierto y de aire enrarecido al acordarme de mi divina y desmesuradamente deseada Palia. Ay de mí, poco tiempo transcurría sin que aquella amorosa y celestial Idea, acudiera como un fantasma a mi mente y acompañara mi desconocido camino. [ . . . ] Despojado, pues, de todo otro pensamiento, sólo me acordaba a menudo de mi amada Palia, gravísimamente conservada en mi tenaz memoria. El sueño de Escipión. El sueño de Polílifo. La arcadia. Diálogos de amor.

Descansando sobre el costado derecho, tenía el brazo de este lado doblado y apoyaba ociosamente en él la cabeza, con la mano baj o la mejilla; el otro brazo, libre y sin tarea, pendía en el costado izquierdo y la mano abierta descansaba en la carnosa pierna. Por los pezones de sus pechos (como si fueran pequeños caños) brotaban sendos hilos de agua fresquísima del derecho e hirviente del izquierdo. Los dos caían en un vaso de pórfido que constaba de dos recipientes unidos en una sola pieza, colocado a seis pies de la ninfa delante de la fuente sobre un pavimento de piedra [ . . . ] El artífice realizó tan perfectamente esta notabilísima estatua, que verdaderamente dudo que fuera semejante la Venus esculpida por Praxíteles: que para adquirirla (como quiere la fama) Nicomedes, rey de los Gnidios, empeñó todo el haber de su pueblo; y tan hellllosa la hizo que los hombres, excitados por ella a una sacrílega concupiscencia, profanaron su imagen con las manos. Diálogos de amor. El sueño de Polílifo. El sueño de Escipión. La arcadia.

Mira este digno testimonio de las cosas grandes dejadas a la posteridad, convertido en tan negligente ruina, en tal montón de trozos de piedra, áspero y jiboso. En sus tiempos de esplendor fue un templo egregio y admirable, cerca del cual se congregaba solemnemente la gente y venía a él todos los años una enorme multitud a celebrar las fiestas, y fue muy famoso por su elegante estructura y por su perfección [ . . . ] Pero en el presente está abolida y olvidada toda su dignidad y yace roto y anuinado. El sueño de Polílifo. El sueño de Escipión. La arcadia. El cortesano.

Las calles estaban cubiertas de pérgolas y en cada cruce había una cúpula sobre cuatro columnas jónicas [ . . . ] A un lado y otro de estos caminos o calles había aceras en forma de caja, de mármoles finísimos, con molduras excelentes [ . . . ] En las cajas, bajo el pedestal de las columnas, crecían rosales cuya altura no excedía de un paso, que formaban un seto delicioso entre columna y columna. [ . . .] Todos los rosales estaban perpetuamente verdes y floridos y exhalaban un grato aroma. [ . . . ] cada prado tenía cuatro puertas en el centro de la columnata en las que se intenumpían las cajas, y estas puertas se correspondían en todos los prados al mismo nivel. [ . . . ] En cada uno de los primeros se alzaba la notabilísima fábrica de una fuente, situada bajo una cobertura de boj de hábil factura. [ . . . ] En medio de cada uno había tres escalones circulares. [ . . .] En medio del último escalón del peristilo hallé una fuente que descansaba en un círculo algo cóncavo, de cuyo centro surgía un balaustre invertido de dos pies de altura. Sobre él había una taza cuya boca tenía cuatro pies de diámetro. En su mitad reposaban las colas de las tres hidras de oro, que luego se unían estrechamente en un bellísimo nudo. El sueño de Escipión. La arcadia. El sueño de Polílifo. El cortesano.

[De las cabezas de las hidras] vomitaban en la taza agua perfumada. Sostenían éstas un vaso de cristal oval de dos pies de altura sobre cuya parte superior había ocho pequeños caños de oro de los que brotaban finísimos hilos de agua, que salían por los intercolumnios de los troncos de boj, rociando todo el prado. La obra de piedra era toda de finísimo jaspe rojizo y amarillo, sembrado de infinitas manchas de diversos colores, y con elegantes y exquisitos relieves en los lugares oportunos. El sueño de Escipión. El sueño de Polílifo. La arcadia. El cortesano.

Me desperté, ay de mí, amorosos lectores, muy afligido de que me hubiera abandonado el abrazo de aquella imagen feliz y deliciosa presencia y venerable majestad, habiendo pasado de una dulzura maravillosa a una amargura intensa cuando se alejaban de mi mirada aquel sueño gratísimo y aquella sombra divina, cuando se disipó aquella misteriosa aparición por la que había sido conducido y elevado a pensamientos tan altos y sublimes y secretos. [ . . . ] Yo, saliendo del dulce sueño, me desperté de repente suspirando y diciendo: Adiós, pues, Polia. El sueño de Escipión. El sueño de Polílifo. El cortesano. Diálogos de amor.

Cuando me paro a contemplar mi'stado y a ver los pasos por dó me han traído, hallo, según por do anduve perdido, que a mayor mal pudiera haber llegado; mas cuando del camino 'stó olvidado, a tanto mal no sé por dó he venido; sé que me acabo, y más he yo sentido ver acabar comigo mi cuidado. Yo acabaré, que me entregué sin arte a quien sabrá perderme y acabarme si quisiere, y aún sabrá querello; que pues mi voluntad puede matarme, la suya, que no es tanto de mi parte, pudiendo, ¿qué hará sino hacello?. Garcilaso de la Vega. Quevedo. Góngora. Lope de Vega.

Escrito'stá en mi alma vuestro gesto y cuanto yo escribir de vos deseo: vos sola lo escribistes; yo lo leo tan solo que aun de vos me guardo en esto. En esto estoy y estaré siempre puesto, que aunque no cabe en mí cuanto en vos veo, de tanto bien lo que no entiendo creo, tornando ya la fe por presupuesto. Yo no naCÍ sino para quereros; mi alma os ha cortado a su medida; por hábito del alma misma os quiero; cuanto tengo confieso yo deberos; por vos nací, por vos tengo la vida, por vos he de morir, y por vos muero. Garcilaso de la Vega. Quevedo. Góngora. Lope de Vega.

¡ Oh dulces prendas por mi mal halladas, dulces y alegres cuando Dios quería, juntas estáis en la memoria mía y con ella en mi muerte conjuradas ! ¿Quién me dijera, cuando las pasadas horas qu'en tanto bien por vos me vía, que me habiades de ser en algún día con tan grave dolor representadas? Pues en una hora j unto me llevastes todo el bien que por términos me distes, lleváme junto el mal que me dejastes; si no, sospecharé que me pusistes en tantos bienes porque deseastes verme morir entre memorias tristes. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega. Góngora. Quevedo.

Hermosas ninfas, que en el río metidas, contentas habitáis en las moradas de relucientes piedras fabricadas y en columnas de vidrio sostenidas, agora estéis labrando embebecidas o tejiendo las telas delicadas, agora unas con otras apartadas contándoos los amores y las vidas: dejad un rato la labor, alzando vuestras rubias cabezas a mirarme, y no os detendréis mucho según ando, que o no podréis de lástima escucharme, o convertido en agua aquí llorando, podréis allá despacio consolarme. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega. Quevedo. Góngora.

A Dafne ya los brazos le crecían y en luengos ramos vueltos se mostraban; en verdes hojas vi que se tomaban los cabellos qu'el oro escurecían; de áspera corteza se cubrían los tiernos miembros que aun bullendo 'staban; los blancos pies en tierra se hincaban y en torcidas raíces se volvían. Aquel que fue la causa de tal daño, a fuerza de llorar, crecer hacía este árbol, que con lágrimas regaba. ¡Oh miserable estado, oh mal tamaño, que con 1l0rarIa crezca cada día la causa y la razón por que lloraba!. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega. Góngora. Quevedo.

En tanto que de rosa y d'azucena se muestra la color en vuestro gesto, y que vuestro mirar ardiente, honesto, con clara luz la tempestad serena; y en tanto que'l cabello, que'n la vena del oro s' escogió, con vuelo presto por el hermoso cuello blanco, enhiesto, el viento mueve, esparce y desordena: coged de vuestra alegre primavera el dulce fruto antes que'l tiempo airado cubra de nieve la hellIlosa cumbre. Marchitará la rosa el viento helado, todo lo mudará la edad ligera por no hacer mudanza en su costumbre. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega. Góngora. Quevedo.

Es privilegio de aldea que en ella no viva ni pueda vivir, ni se llame ni se pueda llamar ningún hombre aposentador de rey ni de señor, sino que libremente more cada uno en la casa que heredó de sus pasados o compró por sus dineros, y esto sin que ningún alguacil le divida la casa ni aun le parta la ropa. No gozan de este privilegio los que andan en las cortes y viven en grandes pueblos; porque allí les toman las casas, parten los aposentos, dividen la ropa, escogen los huéspedes, hacen atajos, hurtan la leña, talan la huerta, quiebran las puertas, den uecan los pesebres, levantan los suelos, ensucian el pozo, quiebran las pilas, pierden las llaves, pintan las paredes y aun les sosacan las hijas. ¡Oh ! , cuán bienaventurado es aquél a quien cupo en suerte de tener qué comer en el aldea; porque el tal no andará por tierras extrañas, no mudará posadas todos los días, no conocerá condiciones nuevas, no sacará cédula para que le aposenten, no trabajará para que le pongan en la nómina, no tendrá que servir aposentadores, no buscará posada cabe palacio, no reñirá sobre el partir la casa, no dará prendas para que le fien ropa, no alquilará camas para los criados, no adobará pesebres para las bestias, ni dará estrenas a sus huéspedas. No sabe lo que tiene el que casa de suyo tiene; porque mudar cada año regiones y cada día condiciones es un trabajo intolerable y un tributo insufrible. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Diálogo de la lengua. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. El cortesano.

Es privilegio de aldea que el hidalgo u hombre rico que en ella viviere sea el mejor de los buenos o uno de los mejores, lo cual no puede ser en la corte o en los grandes pueblos; porque allí hay otros muchos que le exceden en tener más riquezas, en andar más acompañados, en sacar mejores libreas, en preciarse de mejor sangre, en tener más parentela, en poder más en la república, en darse más a negocios y aun en ser muy más valerosos. Julio César decía que más quería ser en una aldea el primero que en Roma el segundo. Osaríamos decir, y aun afirmar, que para los hombres que tienen los pensamientos altos y la fortuna baja les sería más honra y provecho vivir en aldea honrados que no en la ciudad abatidos. La diferencia que va de morar en lugar pequeño o grande es que en el aldea verás a muchos pobres a quien tengas mancilla y en la ciudad y corte verás a muchos ricos a quien tengas envidia . Menosprecio de corte y alabanza de aldea. La arcadia. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. El mundo de por dentro.

M.- Soy contento. Bien os debéis acordar cómo, al tiempo que ahora ha dos años, partisteis de esta tierra para Roma, nos prometisteis a todos tres que conservaríais y entretendríais nuestra amistad, como habéis hecho, con vuestras continuas cartas. Ahora sabed que, después de vos ido, nosotros nos concertamos de esta manera, que cualquiera de nosotros que recibiese carta vuestra la comunicase con los otros, y esto habemos hecho siempre así, y con ello habemos tomado mucho descanso, pasatiempo y placer, porque con la lección refrescábamos en nuestros ánimos la memoria del amigo ausente, y con los chistes y donaires, de que continuamente vuestras cartas venían adornadas, teníamos de qué reír y con qué holgar y, notando con atención los primores y delicadezas que guardabais y usabais en vuestro escribir castellano, teníamos sobre qué hablar y contender, porque el señor Pacheco, como hombre nacido y criado en España, presumiendo saber la lengua tan bien como otro, y yo, como curioso de ella, deseando saberla así bien escribir como la sé hablar, y el señor Coriolano, como buen cortesano, queriendo del todo entenderla (porque, como veis, ya en Italia, así entre damas como entre caballeros, se tiene por gentileza y galanía saber hablar castellano), siempre hallábamos algo que notar en vuestras cartas, así en lo que pertenecía a la ortografía, como a los vocablos, como al estilo; y acontecía que, como llegábamos a topar algunas cosas que no habíamos visto usar a otros, a los cuales teníamos por tan bien hablados y bien entendidos en la lengua castellana cuanto a vos, muchas veces veníamos a contender reciamente cuando sobre unas cosas y cuando sobre otras, porque cada uno de nosotros o quería ser maestro o no quería ser discípulo. Ahora que os tenemos aquí, donde nos podéis dar razón de lo que así habeIlos notado en vuestra manera de escribir, os pedimos por merced nos satisfagáis buenamente a lo que os demandaremos: el señor Pacheco, como natural de la lengua, y el señor Coriolano, como novicio en ella, y yo, como curioso de ella. Diálogo de la lengua. Diálogo sobre la dignidad del hombre. Diálogos de amor. Menosprecio de corte y alabanza de aldea.

M.- Me maravillo mucho que os parezca cosa tan extraña el hablar en la lengua que os es natural. Decidme: si las cartas de que os queremos demandar cuenta fueran latinas, ¿tuvierais por cosa fuera de propósito que os demandáramos cuenta de ellas? V.- No, que no la tuvlera por tal. M.- ¿Por qué? V.- Porque he aprendido la lengua latina por arte y libros, y la castellana por uso, de manera que de la latina podría dar cuenta por el arte y por los libros en que la aprendí, y de la castellana no, sino por el uso común de hablar, por donde tengo razón de juzgar por cosa fuera de propósito que me queráis demandar cuenta de lo que está fuera de toda cuenta. M.- Si os demandásemos cuenta de lo que otros escriben de otra manera que vos, tendríais razón de excusaros, pero, demandándoosla de lo que vos escribís de otra manera que otros, con ninguna razón os podéis excusar. Diálogo de la lengua. Diálogos sobre la dignidad del hombre. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Égloga III.

V.- Cuando bien lo que decís sea así, no dejaré de excusanne, porque me parece cosa fuera de propósito que queráis vosotros ahora que perdamos nuestro tiempo hablando en una cosa tan baja y plebeya como es punticos y primorcicos de lengua vulgar, cosa a mi ver tan aj ena de vuestros ingenios y juicios que por vuestra honra no querría hablar en ella, cuando bien a mí me fuese muy sabrosa y apacible. M.- Me pesa oíros decir eso. ¿Cómo? ¿Y os parece a vos que el Bembo perdió su tiempo en el libro que hizo sobre la lengua toscana? V.- No soy tan diestro en la lengua toscana que pueda juzgar si lo perdió o lo ganó; os sé decir que a muchos he oído decir que fue cosa inútil aquel su trabajo. M.- Los mismos que dicen eso, os prometo se aprovechan muchas veces de esa que llaman cosa inútil, y hay muchos que son de contraria opinión, porque admiten y aprueban las razones que él da, por donde prueba que todos los hombres somos más obligados a ilustrar y enriquecer la lengua que nos es natural y que mamamos en las tetas de nuestras madres, que no la que nos es pegadiza y que aprendemos en libros. ¿No habéis leído lo que dice sobre esto? V.- Sí que lo he leído, pero no me parece todo uno. Diálogo de la lengua. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. El cortesano. La arcadia.

M.- ¿Cómo no? ¿No tenéis por tan elegante y gentil la lengua castellana como la toscana? V.- Sí que la tengo, pero también la tengo por más vulgar, porque veo que la toscana está ilustrada y enriquecida por un Boccaccio y un Petrarca, los cuales, siendo buenos letrados, no solamente se preciaron de escribir buenas cosas, pero procuraron escribirlas con estilo muy propio y muy elegante; y, como sabéis, la lengua castellana nunca ha tenido quien escriba en ella con tanto cuidado y miramiento cuanto sería menester para que hombre, queriendo o dar cuenta de lo que escribe diferente de los otros, o reformar los abusos que hay hoy en ella, se pudiese aprovechar de su autoridad. M.- Cuanto más conocéis eso, tanto más os deberiais avergonzar vosotros, que por vuestra negligencia hayáis dejado y dejéis perder una lengua tan noble, tan entera, tan gentil y tan abundante. V.- Vos tenéis mucha razón, pero eso no toca a mÍ. M.- ¿Cómo no? ¿Vos no sois castellano? V.- S í que lo soy. M.- Pues ¿Por qué esto no toca a vos?. Diálogo de la lengua. Diálogos de amor. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. El cortesano.

V.- Porque no soy tan letrado ni tan leído en cosas de ciencia cuanto otros castellanos que muy largamente podrían hacer lo que vos queréis. M.- Pues ellos no lo hacen y a vos no os falta habilidad para poder hacer algo, no os deberíais excusar de ello, pues, cuando bien no hicieseis otra cosa que despertar a otros a hacerlo, haríais harto, cuanto más que aquí no os rogamos que escribáis, sino que habléis; y, como sabréis, palabras y plumas el viento las lleva. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. El diálogo de la lengua. Diálogos de amor. Diálogo sobre la dignidad del hombre.

Es nuestro deseo siempre peregrino en las cosas desta vida, y así, con vana solicitud anda de unas en otras sin saber hallar patria ni descanso; aliméntase de la variedad y diviértese con ella; tiene por ejercicio el apetito, y este nace de la ignorancia de las cosas, pues si las conociera cuando codicioso y desalentado las busca, así las aborreciera como cuando arrepentido las desprecia. y es de considerar la fuerza grande que tiene, pues promete y persuade tanta hermosura en los deleites y gustos, lo cual dura solo en la pretensión de ellos, porque en llegando cualquiera a ser poseedor es juntamente descontento. El mundo, que a nuestro deseo sabe la condición, para lisonjearla, pónese delante mudable y vario, porque la novedad y diferencia es el afeite con que más nos atrae. Con esto acaricia nuestros deseos, llévalos tras sí, y ellos a nosotros. Sea por todas las experiencias mi suceso, pues cuando más apurado me había de tener el conocimiento destas cosas, me hallé todo en poder de la confusión, poseído de la vanidad de tal manera que en la gran población del mundo, perdido ya, corría donde tras la hermosura me llevaban los ojos y adonde tras la conversación los amigos, de una calle en otra, hecho fábula de todos; y en lugar de desear salida al laberinto, procuraba que se me alargase el engaño. Ya por la calle de la ira, descompuesto seguía las pendencias pisando sangre y heridas; ya por la de la gula veía responder a los brindis turbados. Al fin, de una calle en otra andaba (siendo infinitas) de tal manera confuso que la admiración aun no dejaba sentido para el cansancio, cuando, llamado de voces descompuestas y tirado porfiadamente del manteo, volví la cabeza. Era un viejo venerable en sus canas, maltratado, roto por mil partes el vestido y pisado; no por eso ridículo, antes severo y digno de respeto. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. El mundo por de dentro. El criticón. La arcadia.

-¿Quién eres -dije-, que así te confiesas envidioso de mis gustos? Déjame, que siempre los ancianos aborrecéis en los mozos los placeres y deleites, no que dej áis de vuestra voluntad, sino que por fuerza os quita el tiempo. Tú vas, yo vengo: déj ame gozar y ver el mundo. Desmintiendo sus sentimientos, riéndose, dijo: -Ni te estorbo ni te envidio lo que deseo, antes te tengo lástima. ¿Tú por ventura sabes lo que vale un día? ¿Entiendes de cuánto precio es una hora? ¿Has examinado el valor del tiempo? Cierto es que no, pues así, alegre, le dejas pasar hurtado de la hora que fugitiva y secreta te lleva preciosísimo robo. ¿Quién te ha dicho que lo que ya fue volverá cuando lo hayas menester si le llamares? Dime ¿has visto algunas pisadas de los días? No por cierto, que ellos solo vuelven la cabeza a reírse y burlarse de los que así los dejaron pasar. Sábete que la muerte y ellos están eslabonados y en una cadena, y que cuando más caminan los días que van delante de ti, tiran hacia ti y te acercan a la muerte, que quizá la aguardas y es ya llegada y, según vives, antes será pasada que creída. Por necio tengo al que toda la vida se muere de miedo que se ha de morir y por malo al que vive tan sin miedo della como si no la hubiese, que este lo viene a temer cuando lo padece, y embarazado con el temor, ni halla remedio a la vida ni consuelo a su fin. Cuerdo es solo el que vive cada día como quien cada día y cada hora puede morir. El mundo por de dentro. Diálogo de la lengua. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. El criticón.

-Eficaces palabras tienes, buen viejo. Traído me has el alma a mí, que me la llevaban embelesada vanos deseos. ¿Quién eres, de dónde, y qué haces por aquí? -Mi hábito y traje dice que soy hombre de bien y amigo de decir verdades, en lo roto y poco medrado; y lo peor que tu vida tiene es no haberme visto la cara hasta ahora. Yo soy el Desengaño; estos rasgones de la ropa son de los tirones que dan de mí los que dicen en el mundo que me quieren, y estos cardenales del rostro, estos golpes y coces me dan en llegando, porque vine y porque me vaya, que en el mundo todos decís que queréis desengaño, y en teniéndole, unos os desesperáis, otros maldecís a quien os le dio, y los más corteses no le creéis. Si tú quieres, hijo, ver el mundo, ven conmigo, que yo te llevaré a la calle mayor, que es a donde salen todas las figuras, y allí verás j untos los que por aquí van divididos sin cansarte; yo te enseñaré el mundo como es, que tú no alcanzas a ver sino lo que parece. El mundo por de dentro. El cortesano. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. El criticón.

-¿Y cómo se llama -dije yo- la calle mayor del mundo, donde hemos de ir? -Llámase -respondió- Hipocresía, calle que empieza con el mundo y se acabará con él; y no hay nadie casi que no tenga, si no una casa, un cuarto o un aposento en ella. Unos son vecinos y otros paseantes, que hay muchas diferencias de hipócritas, y todos cuantos ves por ahí lo son. ¿Y ves aquel que gana de comer como sastre y se viste como hidalgo? Es hipócrita, y el día de fiesta, con el raso y el terciopelo y el cintillo y la cadena de oro, se desfigura de suerte que no le conocerán las tijeras y agujas y jabón, y parece tan poco a sastre, que aun parece que dice verdad. ¿Ves aquel hidalgo con aquel que es como caballero? Pues debiendo medirse con su hacienda ir solo, por ser hipócrita y parecer lo que no es, se va metiendo a caballero, y por sustentar un lacayo, ni sustenta lo que dice ni lo que hace, pues ni lo cumple ni lo paga, y la hidalguía y la ejecutoria le sirve solo de pontífice en dispensarle los casamientos que hace con sus deudas, que está más casado con ellas que con su mujer. Aquel caballero, por ser señoria, no hay diligencia que no haga, y ha procurado hacerse Venecia, por ser señoría; sino que como se fundó en el viento, para serlo se había de fundar en el agua. Sustenta, por parecer señor, caza de halcones, que lo primero que matan es a su amo de hambre con la costa, y luego el rocín en que los llevan, y después, cuando mucho, una graj a o un milano. y ninguno es lo que parece. El señor, por tener acciones de grande se empeña, y el grande remeda cosas de rey. El mundo por de dentro. El criticón. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Diálogo de la lengua.

¿Pues qué diré de los discretos? ¿Ves aquel aciago de cara? Pues siendo un mentecato, por parecer discreto y ser tenido por tal, se alaba de que tiene poca memoria, quéjase de melancolías, vive descontento y préciase de mal regido, y es hipócrita, que parece entendido y es mentecato. ¿No ves los viejos hipócritas de barbas, con las canas envainadas en tinta, querer en todo parecer muchachos? ¿No ves a los niños preciarse de dar consejos y presumir de cuerdos? Pues todo es hipocresía. Pues en los nombres de las cosas ¿no la hay la mayor del mundo? El zapatero de viejo se llama entretenedor del calzado; el botero, sastre del vino, que le hace de vestir; el mozo de mulas, gentilhombre de camino; el bodegón, estado, el bodegonero, contador; el verdugo se llama miembro de la justicia y el corchete criado; el fullero, diestro; el ventero, güésped; la taberna, ermita; la putería, casa; las putas, damas; las alcahuetas, dueñas; los cornudos, honrados. Amistad llaman el mancebamiento, trato a la usura, burla a la estafa, gracia la mentira, donaire la malicia, descuido la bellaquería, valiente al desvergonzado, cortesano al vagamundo, al negro moreno, señor maestro al albardero y señor doctor al platican te. Así que ni son lo que parecen ni lo que se llaman, hipócritas en el nombre y en el hecho. El mundo por de dentro. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Diálogo de la lengua. El criticón.

¿Pues unos nombres que hay generales? A toda pícara, señora hermosa; a todo hábito largo, señor licenciado; a todo gallofero, señor soldado; a todo bien vestido, señor hidalgo; a todo fraile motilón o lo que fuere, reverencia y aun paternidad; a todo escribano, secretario. De suerte que todo el hombre es mentira por cualquier parte que le examinéis, si no es que, ignorante como tú, crea las apariencias. ¿Ves los pecados? Pues todos son hipocresía, y en ella empiezan y acaban, y della nacen y se alimentan la Ira, la Gula, la Soberbia, la Avaricia, la Lujuria, la Pereza, el Homicidio y otros mil. -¿Cómo me puedes tú decir, ni probarlo, si vemos que son diferentes y distintos? -No me espanto que eso ignores, que lo saben pocos. Oye y entenderás con facilidad eso que así te parece contrario, qué bien se conviene: todos los pecados son malos, eso bien lo confiesas, y también confiesas con los filósofos y teólogos que la voluntad apetece lo malo debaj o de razón de bien, y que para pecar no basta la representación de la ira ni el conocimiento de la lujuria, sin el consentimiento de la voluntad, y que eso para que sea pecado no aguarda la ejecución, que solo le agrava más, aunque en esto hay muchas diferencias. Esto así visto y entendido, claro está que cada vez que un pecado des tos se hace, que la voluntad lo consiente y le quiere; y según su natural no pudo apetecelle sino debajo de razón de algún bien. El mundo por de dentro. El criticón. Diálogo de la lengua. El cortesano.

¿Pues hay más clara y más confirmada hipocresía, que vestirse del bien en lo aparente para matar con el engaño? «¿Qué esperanza es la del hipócrita?», dice Job. Ninguna, pues ni la tiene por lo que es, pues es malo, ni por lo que parece, pues lo parece y no lo es. Todos los pecadores tienen menos atrevimiento que el hipócrita, pues ellos pecan contra Dios, pero no con Dios ni en Dios, mas el hipócrita peca contra Dios y con Dios, pues le toma por instrumento para pecar; y por eso, como quien sabía lo que era, y lo aborrecía tanto sobre todas las cosas, Cristo, habiendo dado muchos preceptos afinnativos a sus dicípulos, solo uno les dio negativo, diciendo: «No queráis ser como los hipócritas tristes» ; de manera que, con muchos preceptos y comparaciones, les enseñó cómo habían de ser, ya como luz, ya como sal, ya como el convidado, ya como el de los talentos, y lo que no habían de ser, todo lo cerró en decir solamente «No queráis ser como los hipócritas tristes», advirtiendo que en no ser hipócritas está el no ser en ninguna manera malos, porque el hipócrita es malo de todas maneras. El mundo por de dentro. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. El sueño de Escipión. Don Quijote.

En esto llegamos a la calle mayor; vi todo el concurso que el viejo me había prometido. Tomamos puesto conveniente para registrar lo que pasaba. Fue un entierro en esta forma: venían envainados en unos sayos grandes de diferentes colores unos pícaros, haciendo una taracea de mullidores; pasó esta recua incensando con las campanillas; seguían los muchachos de la doctrina, meninos de la muerte y lacayuelos del ataúd gritando su letanía, luego las órdenes, y tras ellos los clérigos, que galopeando los responsos, cantaban de portante abreviando porque no se derritiesen las velas y tener tiempo para sumir otro. Seguíanse luego doce galloferos hipócritas de la pobreza, con doce hachas, acompañando el cuerpo y abrigando a los de la capacha, que hombreando testificaban el peso de la difunta. Detrás seguía larga procesión de amigos que acompañaban en la tristeza y luto al viudo que, anegado en capuz de bayeta y devanado en una chía, perdido el rostro en la falda de un sombrero de suerte que no se le podían hallar los ojos, corvos e impedidos los pasos con el peso de diez arrobas de cola que arrastraba, iba tardo y perezoso. El mundo por de dentro. Diálogo de la lengua. Diálogo sobre la dignidad del hombre. Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

Lastimado deste espectáculo, -¡Dichosa mujer -dije-, si lo puede ser alguna en la muerte, pues hallaste marido que pasó con la fe y el amor más allá de la vida y sepultura. y dichoso viudo que ha hallado tales amigos, que no solo acompañan su sentimiento, pero que parece que le vencen en él. ¿No ves qué tristes van y suspensos? El viejo, moviendo la cabeza y sonriéndose, dijo: -¡Desventurado ! Eso todo es por fuera, y parece aSÍ, pero agora lo verás por de dentro y verás con cuánta verdad el ser desmiente a las aparencias. ¿Ves aquellas luces, campanillas y mullidores, y todo este acompañamiento? ¿Quién no juzgará que los unos alumbran algo y que los otros no es algo lo que acompañan, y que sirve de algo tanto acompañamiento y pompa? Pues sabe que lo que allí va no es nada, porque aun en vida lo era y en muerte dejó ya de ser, y que no le sirve de nada todo; sino que también los muertos tienen su vanidad y los difuntos y difuntas su soberbia. Allí no va sino tierra de menos fruto y más espantosa de la que pisas, por sí no merecedora de alguna honra, ni aun de ser cultivada con arado ni azadón. Don Quijote. El lazarillo de Tormes. El mundo por de dentro. El criticón.

¿Ves aquellos viejos que llevan las hachas? Pues no las atizan para que atizadas alumbren más, sino porque atizadas a menudo se derritan más y ellos hurten más cera para vender: estos son los que a la sepultura hacen la salva en el difunto y difunta, pues antes que ella lo coma ni lo pruebe, cada uno le ha dado un bocado, arrancándole un real o dos. ¿Ves la tristeza de los amigos? Pues todo es de ir en el entierro, y los convidados van dados al diablo con los que los convidaron, que quisieran más pasearse o asistir a sus negocios. Aquel que habla de mano con el otro, le va diciendo que convidar a entierro y a misacantanos, donde se ofrece, que no se puede hacer con un amigo, y que el entierro solo es convite para la tierra, pues a ella solamente llevan que coma. El mundo por de dentro. Don Quijote. El Lazarillo de Tormes. Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

El viudo no va triste del caso y viudez, sino de ver que pudiendo él haber enterrado a su mujer a un muladar y sin coste y fiesta ninguna, le hayan metido en semejante barahúnda y gasto de cofadrías y cera, y entre sí dice que le debe poco y que ya que se había de morir pudiera haberse muerto de repente, sin gastarle en médicos y botica, y no dejarle empeñado en j arabes y pócimas. Dos ha enterrado con esta, y es tanto el gusto que recibe de enviudar, que va ya trazando el casamiento con una amiga que ha tenido, y fiado con su mala condición y endemoniada vida, piensa doblar el capuz por poco tiempo. Quedé espantado de ver todo eso ser así, diciendo: -¡Qué diferentes son las cosas del mundo de como las vemos! Desde hoy perderán conmigo todo el crédito mis ojos y nada creeré menos de lo que viere. Pasó por nosotros el entierro como si no hubiera de pasar por nosotros tan brevemente, y como si aquella difunta no nos fuera enseñando el camino y, muda, no nos dijera a todos: «Delante voy donde aguardo a los que quedáis, acompañando a otros, y que yo vi pasar con ese propio descuido». El mundo por de dentro. El cortesano. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Diálogos de amor.

Apartónos desta consideración el ruido que andaba en una casa a nuestras espaldas; entramos dentro a ver lo que fuese, y al tiempo que sintieron gente, comenzó un plañido a seis voces de mujeres que acompañaban una viuda. Era el llanto muy autorizado pero poco provechoso al difunto; sonaban palmadas de rato en rato, que parecía palmeado de disciplinantes. Oíanse unos sollozos estirados, embutidos de suspiros, pujados por falta de gana. La casa estaba despojada, las paredes desnudas; la cuitada estaba en un aposento oscuro, sin luz ninguna, lleno de bayetas, donde lloraban a tiento. Unas deCÍan: «Amiga, nada se remedia con llorar»; otras: «Sin duda goza de Dios». Cuál la animaba a que se confonnase con la voluntad del Señor. y ella luego comenzaba a soltar el trapo, y llorando a cántaros deCÍa: -¿Para qué quiero yo vivir sin fulano? ¡ Desdichada naCÍ, pues no me queda a quien volver los ojos! ¿Quién ha de amparar a una pobre mujer sola?. El mundo por de dentro. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. El criticón. Don Quijote.

y aquí plañían todas con ella, y andaba una sonadera de narices que se hundía la cuadra. y entonces advertí que las mujeres se purgan en un pésame destos, pues por los ojos y las narices echan cuanto mal tienen. EntemeCÍme y dije: -¡Qué lástima tan bien empleada es la que se tiene a una viuda, pues por sí una mujer es sola, y viuda mucho más! y así les dio la Sagrada Escritura nombre de mudas sin lengua, que eso significa la voz que dice viuda en hebreo, pues ni tiene quien hable por ella ni atrevimiento, y como se ve sola para hablar, y aunque hable, como no la oyen, lo mesmo es que ser mudas, y peor. Mucho cuidado tuvo Dios dellas en el Testamento Viejo, y en el Nuevo las encomendó mucho por San Pablo: «Cómo el Señor cuida de los solos y mira lo humilde de lo alto»; «No quiero vuestros sábados y festividades -dijo por Isaías-, y el rostro aparto de vuestros inciensos; cansado me tienen vuestros holocaustos, aborrezco vuestras calendas y solemnidades; lavaos y estaos limpios, quitad lo malo de vuestros deseos, pues lo veo yo. Dejad de hacer mal, aprended a hacer bien, buscad la j usticia, socorred al oprimido, juzgad en su inocencia al huérfano, defended a la viuda». El mundo por de dentro. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. El criticón. Don Quijote.

Fue creciendo la oración de una obra buena en otra buena más accepta, y por suma caridad puso el defender la viuda. Y está escrito con la providencia del Espíritu Santo, decir: «Defended a la viuda», porque en siéndolo no se puede defender, como hemos dicho, y todos la persiguen. y es obra tan acepta a Dios esta, que añade el profeta consecutivamente, diciendo: «y si lo hiciéredes, venid y argüidme». y conforme a esta licencia que da Dios de que le arguyan los que hicieren bien y se apartaren del mal, y socorrieren al oprimido y miraren por el huérfano y defendieren la viuda, bien pudo Job argüir a Dios, libre de las calumnias que por argüir con • El le pusieron sus enemigos, llamándole por ello atrevido e impío. Que lo hiciese consta del capítulo 3 1 , donde dice: «¿Negué yo, por ventura, lo que me pedían los pobrecitos? ¿Hice aguardar los ojos de la viuda?», que convienen con lo dicho, como quien dice: ella no puede, porque es muda, con palabras, sino con los ojos, poniendo delante su necesidad. El rigor de la letra hebrea dice:«¿O consumí los ojos de la viuda?», que eso hace el que no se duele de la que lo mira para que le socorra porque no tiene voz para pedirle. Dejadrne -dije al viejo- llorar semejante desventura y juntar mis lágrimas a las destas mujeres. El mundo por de dentro. El criticón. El cortesano. Diálogo de la lengua.

El viejo, algo enoj ado, dijo: -¿Agora lloras, después de haber hecho ostentación vana de tus estudios y mostrádote docto y teólogo, cuando era menester mostrarte prudente? ¿No aguardaras a que yo te hubiera declarado estas cosas para ver cómo mereCÍan que se hablase dellas? ¿Mas quién habrá que detenga la sentencia ya imaginada en la boca? No es mucho, que no sabes otra cosa, y que a no ofrecerse la viuda te quedabas con toda tu ciencia en el estómago. No es filósofo el que sabe dónde está el tesoro, sino el que trabaja y le saca. Ni aun ese lo es del todo, sino el que después de poseído usa bien dé!. ¿Qué importa que sepas dos chistes y dos lugares si no tienes prudencia para acomodallos? Oye; verás esta viuda, que por defuera tiene un cuerpo de responsos, cómo por de dentro tiene una ánima de aleluyas; las tocas negras y los pensamientos verdes. ¿Ves la oscuridad del aposento y el estar cubiertos los rostros con el manto? Pues es porque así, como no las pueden ver, con hablar un poco gangoso, escupir y remedar sollozos, hacen un llanto casero y hechizo, teniendo los ojos hechos una yesca. Diálogos de amor. El mundo por de dentro. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Don Quijote.

¿Quiéreslas consolar? Pues déjalas solas y bailarán en no habiendo con quien cumplir. Y luego las amigas harán su oficio: «Quedáis moza y es mal lograros; hombres habrá que os estimen; ya sabéis quién es fulano, que cuando no supla la falta del que está en la gloria», etc. Otra: «Mucho debéis a don Pedro, que acudió en este trabajo, no sé qué me sospeche, y en verdad que si hubiera de ser algo, que por quedar tan niña os será forzoso . . . ». y entonces la viuda, muy recoleta de ojos y muy estreñida de boca, dice: «No es agora tiempo deso; a cargo de Dios está, El lo hará si viere que conviene». Y advertid que el día de la viudez es el día que más comen estas viudas, porque para animarla no entra ninguna que no le dé un trago, y le hace comer un bocado, y ella lo come diciendo: «Todo se vuelve ponzoña», y medio mascándolo, dice: «¿Qué provecho puede hacer esto a la amarga viuda, que estaba hecha a comer a medias todas las cosas, y con compañía, y agora se las habrá de comer todas enteras, sin dar parte a nadie, de puro desdichada?». Mira, pues, siendo esto así, qué a propósito vienen tus exclamaciones. El mundo por de dentro. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. El criticón. El cortesano.

Apenas esto dijo el viejo, cuando arrebatados de unos gritos ahogados en vino, de gran ruido de gente, salimos a ver qué fuese, y era un alguacil, el cual con solo un pedazo de vara en la mano y las narices ajadas, deshecho el cuello, sin sombrero y en cuerpo, iba pidiendo «¡ Favor al rey! ¡Favor a la justicia!» tras un ladrón que en seguimiento de una iglesia, y no de puro buen cristiano, iba tan ligero como pedía la nccesidad y le mandaba el miedo. Atrás, cercado de gente, quedaba el escribano, lleno de lodo, con las cajas en el brazo izquierdo, escribiendo sobre la rodilla. Y noté que no hay cosa que crezca tanto en tan poco tiempo como culpa en poder de escribano, pues en un instante tenía una resma al cabo. Pregunté la causa del alboroto; dijeron que aquel hombre que huía era amigo del alguacil, y que le fió no sé qué secreto tocante en delito, y por no dej arlo a otro que lo hiciese, quiso él asirle. Huyósele después de haberle dado muchas puñadas, y viendo que venía gente encomendó se a sus pies y fuese a dar cuenta de sus negocios a un retablo. El escribano hacía la causa mientras el alguacil con los corchetes (que son podencos del verdugo que siguen ladrando) iban tras él, y no le podían alcanzar. Y debía de ser el ladrón muy ligero, pues no le podían alcanzar soplones, que por fuerza corrían como el viento. El mundo por de dentro. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Don Quijote. Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

-¿Con qué podrá premiar una república el celo deste alguacil, pues porque yo y el otro tengamos nuestras vidas, honras y haciendas, ha aventurado su persona? Este merece mucho con Dios y con el mundo. Mírale cuál va roto y herido, llena de la sangre la cara, por alcanzar aquel delincuente y quitar un entropezón a la paz del pueblo. -¡Basta!-dijo el viejo-, que si no te van a la mano dirás un día entero. Sábete que ese alguacil no sigue a este ladrón, ni procura alcanzalle por el particular y universal provecho de nadie, sino que como ve que aquí le mira todo el mundo, córrese de que haya quien en materia de hurtar le eche el pie delante, y por eso aguija por alcanzalle. Y no es culpable el alguacil porque le prendió, siendo su amigo, si era delincuente, que no hace mal el que come de su hacienda; antes hace bien y justamente, y todo delincuente y malo, sea quien fuere, es hacienda del alguacil y le es lícito comer della. Estos tienen sus censos sobre azotes y galeras y sus juros sobre la horca. y créeme que el año de virtudes, para estos y para el infierno es estéril. Y no sé cómo aborreciéndolos el mundo tanto, por vergüenza dellos no da en ser bueno adrede por un año o dos años, que de hambre y de pena se morirían.Y renegad de oficio que tiene situados sus gajes donde los tiene situados Bercebú. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. El mundo por de dentro. El criticón. Don Quijote.

-Ya que en eso pongas también dolo, ¿cómo lo podrás poner en el escribano, que le hace la causa calificada con testigos? -Ríete deso -dijo-o ¿Has visto tú alguacil sin escribano algún día? No por cierto, que como ellos salen a buscar de comer, porque, aunque topen un innocente, no vaya a la cárcel sin causa, llevan escribano que se la haga, y así, aunque ellos no den causa para que les prendan, hácesela el escribano, y están presos con causa. Y en los testigos no repares, que para cualquier cosa tendrán tantos como tuviere gotas de tinta el tintero, que los más, en los malos oficiales, los presenta la pluma y los examina la codicia, y si dicen algunos lo que es verdad, escriben lo que han de menester y repiten lo que dijeron. Y para andar como había de andar el mundo, mejor fuera y más importara que el juramento que ellos toman al testigo, que jure a Dios y a la cruz decir verdad en lo que les fuere preguntado, que el testigo se lo tomara a ellos de que la escribirán como ellos la dijeren. Muchos hay buenos escribanos y alguaciles muchos, pero de sí el oficio es con los buenos como la mar con los muertos, que no los consiente y dentro de tres días los echa a la orilla. Bien me parece a mí un escribano a caballo y un alguacil con capa y gorra honrando unos azotes como pudiera un bautismo, detrás de una sarta de ladrones que azotan; pero siento que cuando el pregonero dice: «A estos hombres, por ladrones», que suena el eco en la vara del alguacil y en la pluma del escribano. El mundo por de dentro. Don Quijote. El criticón. El cortesano.

Más dijera si no le tuviera la grandeza con que un hombre rico iba en una carroza, tan hinchado que parecía porfiaba a sacarla de husillo, pretendiendo parecer tan grave, que a las cuatro bestias aun se lo parecía, según el espacio con que andaban. Iba muy derecho, preciándose de espetado, escaso de ojos y avariento de miraduras, ahorrando cortesías con todos, sumida la cara en un cuello abierto hacia arriba que parecía vela en papel, y tan olvidado de sus conj unturas que no sabía por dónde volverse a hac????r una cortesía ni levantar el brazo a quitarse el sombrero, el cual parecía miembro según estaba fijo y firme. Cercaban el coche cantidad de criados traídos con artificio, entretenidos con promesas y sustentados con esperanzas. Otra parte iba de acompañamiento de acreedores, cuyo crédito sustentaba toda aquella máquina. Iba un bufón en el coche entreteniéndole. -Para ti se hizo el mundo -dije yo luego que le vi-, que tan descuidado vives y con tanto descanso y grandeza. ¡Qué bien empleada hacienda, qué lucida! ¡Y cómo representa bien quién es este caballero !. El mundo por de dentro. Don Quijote. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

-Todo cuanto piensas -dijo el viejo- es disparate y mentira cuanto dices; y solo aciertas en decir que el mundo solo se hizo para este, y es verdad, porque el mundo es solo trabajo y vanidad y este es todo vanidad y locura. ¿Ves los caballos? Pues comiendo se van, a vueltas de la cebada y paja, al que la fia a este, y por cortesía de las ej ecuciones trae ropilla. Más trabajo le cuesta la fábrica de sus embustes para comer que si lo ganara cavando. ¿Ves aquel bufón? Pues has de advertir que tiene por su bufón al que le sustenta y le da lo que tiene. ¿Qué más miseria quieres destos ricos, que todo el año andan comprando mentiras y adulaciones y gastan sus haciendas en falsos testimonios? Va aquel tan contento porque el truhán le ha dicho que no hay tal principe como él y que todos los demás son unos escuderos, como si ello fuera así, y diferencian muy poco, porque el uno es juglar del otro: desta suerte el rico se rie con el bufón y el bufón se rie del rico porque hace caso de lo que lisonjea. El mundo por de dentro. Don Quijote. El Lazarillo de Tormes. El criticón.

Venía una mujer hermosa, trayéndose de paso los ojos que la miraban y dejando los corazones llenos de deseos. Iba ella con artificioso descuido escondiendo el rostro a los que ya le habían visto y descubriéndole a los que estaban divertidos. Tal vez se mostraba por velo, tal vez por tejadillo; ya daba un relámpago de cara con un bamboleo de manto, ya se hacía brújula mostrando un ojo solo, ya tapada de medio lado descubría un tarazón de mejilla. Los cabellos, martirizados, hacían sortijas a las sienes. El rostro era nieve y grana y rosas que se conservaban en amistad esparcidas por labios, cuello y mejillas; los dientes trasparentes; y las manos, que de rato en rato nevaban el manto, abrasaban los corazones. El talle y paso ocasionando pensamientos lascivos; tan rica y galana como cargada de joyas recibidas y no compradas. Vila, y arrebatado de la naturaleza, quise seguirla entre los demás, y a no tropezar en las canas del viejo lo hiciera. Volvíme atrás y diciendo: -Quien no ama con todos sus cinco sentidos una mujer hermosa, no estima a la naturaleza su mayor cuidado y su mayor obra. ¡ Dichoso es el que halla tal ocasión y sabio el que la goza! ¿Qué sentido no descansa en la belleza de una muj er que nació para amada del hombre? De todas las cosas del mundo aparta y olvida su amor, correspondiendo, teniéndole todo en poco y tratándole con desprecio. ¡ Qué ojos tan hermosos honestamente! ¡ Qué mirar tan cauteloso y prevenido en los descuidos de una alma libre ! ¡ Qué cejas tan negras, esforzando recíprocamente la blancura de la frente! ¡Qué mejillas, donde la sangre mezclada con la leche engendra lo rosado que admira! ¡ Qué labios encarnados, guardando perlas que la risa muestra con recato! ¡ Qué cuello ! ¡Qué manos! ¡Qué talle! Todos son causa de perdición y juntamente disculpa del que se pierde por ella. El mundo por de dentro. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. El criticón. Don Quijote.

-¿Qué más le queda a la edad que decir y al apetito que desear?-dij o el viejo-. Trabajo tienes si con cada cosa que ves haces esto. Triste fue tu vida. No naciste sino para admirado. Hasta agora te juzgaba por ciego y agora veo que también eres loco. y echo de ver que hasta agora no sabes para lo que Dios te dio los ojos ni cuál es su oficio. Ellos han de ver y la razón ha de juzgar y elegir; al revés lo haces, o nada haces, que es peor. Si te andas a creerlos padecerás mil confusiones: tendrás las sierras por azules y lo grande por pequeño, que la longitud y la proximidad engañan la vista. ¡ Qué rio caudaloso no se burla della, pues para saber hacia dónde corre es menester una paj a o ramo que se lo muestre. ¿Viste esa visión que acostándose fea se hizo esta mañana hermosa ella misma y haces extremos grandes? Pues sábete que las mujeres lo primero que se visten en despertándose es una cara, una garganta y unas manos, y luego las sayas. Todo cuanto ves en ella es tienda y no natural. ¿Ves el cabello? Pues comprado es y no criado. Las cejas tienen más de ahumadas que de negras, y si como se hacen cejas se hicieran las narices, no las tuvieran. Los dientes que ves, y la boca, era de puro negra un tintero y a puros polvos se ha hecho salvadera. La cera de los oídos se ha pasado a los labios y cada uno es una candelilla. ¿Las manos, pues? Lo que parece blanco es untado. ¡ Qué cosa es ver una muj er que ha de salir otro día a que la vean, echarse la noche antes en adobo y verlas acostar las caras hechas cofines de pasas, y a la mañana irse pintando sobre lo vivo como quieren!. El criticón. Don Quijote. El Lazarillo de Tormes. El mundo por de dentro.

¡ Qué es ver una fea o una vieja querer, como el otro tan celebrado nigromántico, salir de nuevo de una redoma! ¿Estáslas mirando? Pues no es cosa suya. Si se lavasen las caras no las conocerías. Y cree que en el mundo no hay cosa tan trabaj ada como el pellejo de una mujer herlllosa, donde se enjugan y secan y derriten más jalbegues que sus faldas. Desconfiadas de sus personas, cuando quieren halagar algunas narices, luego se encomiendan a la pastilla y al sahumerio o aguas de olor, y a veces los pies disimulan el sudor con las zapatillas de ámbar. Dígote que nuestros sentidos están en ayunas de lo que es muj er y ahítos de lo que le parece. S i la besas te embarras los labios; si la abrazas, aprietas tablillas y abollas cartones; si la acuestas contigo, la mitad dejas debajo la cama en los chapines; si la pretendes te cansas; si la alcanzas te embarazas; si la sustentas te empobreces; si la dejas te persigue; si la quieres te deja. Dame a entender de qué modo es buena, y considera agora este animal soberbio con nuestra flaqueza, a quien hacen poderoso nuestras necesidades, más provechosas sufridas o castigadas que satisfechas, y verás tus disparates claros. Considérala padeciendo los meses y te dará asco; y cuando está sin ellos acuérdate que los ha tenido y que los ha de padecer, y te dará horror lo que te enamora. Y avergüénzate de andar perdido por cosas que en cualquier estatua de palo tienen menos asqueroso fundamento. El mundo por de dentro. El criticón. El cortesano. Don Quijote.

¡ Oh excelso muro, oh torres coronadas de honor, de maj estad, de gallardía! ¡Oh gran río, gran rey de Andalucía, de arenas nobles ya que no doradas! ¡Oh fértil llano, oh sierras levantadas que privilegia el cielo y dora el día! ¡Oh siempre gloriosa patria mía, tanto por plumas cuanto por espadas ! Si entre aquellas ruinas y despojos que enriquece Genil y Dauro baña tu memoria no fue alimento mío, nunca merezcan mis ausentes ojos ver tu muro, tus torres y tu río, tu llano y sierra, ¡ oh patria! , ¡oh flor de España!. Góngora. Quevedo. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega.

La dulce boca que a gustar convida un humor entre perlas destilado, y a no invidiar aquel licor sagrado que a Júpiter ministra el garzón de Ida, amantes, no toquéis, si queréis vida, porque entre un labio y otro colorado Amor está, de su veneno armado, cual entre flor y flor sierpe escondida. No os engañen las rosas, que a la Aurora diréis que, aljofaradas y olorosas, se le cayeron del purpúreo seno: manzanas son de Tántalo, y no rosas, que después huyen del que incitan ahora, y sólo del Amor queda el veneno. Góngora. Quevedo. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega.

Descaminado, enfermo, peregrino, en tenebrosa noche, con pie incierto la confusión pisando del desierto, voces en vano dio, pasos sin tino. Repetido latir, si no vecino, distinto, oyó de can siempre despierto, y en pastoral albergue mal cubierto, piedad halló, si no halló camino. Salió el Sol, y entre anniños escondida, soñolienta beldad con dulce saña salteó al no bien sano pasajero. Pagará el hospedaj e con la vida; más le valiera errar en la montaña que morir de la suerte que yo muero. Góngora. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Quevedo.

Mientras por competir con tu cabello, oro bruñido, el sol relumbra en vano; mientras con menosprecio en medio el llano mira tu blanca frente el lilio bello; Mientras a cada labio, por cogello, siguen más ojos que al clavel temprano, y mientras triunfa con desdén lozano del luciente cristal tu gentil cuello, goza cuello, cabello, labio y frente, antes que lo que fue en tu edad dorada oro, Iilio, clavel, cristal luciente, no sólo en plata o víola troncada se vuelva, mas tú y ello juntamente en tierra. en humo, en polvo, en sombra, en nada. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Ya besando unas manos cristalinas, ya anudándome a un b lanco y liso cuello, ya esparciendo por él aquel cabello que Amor sacó entre el oro de sus minas, ya quebrando en aquellas perlas finas palabras dulces mil sin merecello, ya cogiendo de cada labio bello purpúreas rosas sin temor de espinas, estaba, oh claro sol invidi'oso, cuando tu luz, hiriéndome los ojos, mató mi gloria y acabó mi suerte. Si el cielo ya no es menos poderoso, porque no den los tuyos más enojos, rayos, como a tu hijo, te den muerte. Góngora. Quevedo. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega.

Suspiros tristes, lágrimas cansadas, que lanza el corazón, los ojos llueven, los troncos bañan y las ramas mueven de estas plantas, a Alcides consagradas; mas del viento las fuerzas conjuradas los suspiros desatan y remueven, y los troncos las lágrimas se beben, mal ellos y peor ellas derramadas. Hasta en mi tierno rostro aquel tributo que dan mis ojos, invisible mano de sombra o de aire me le deja enjuto, porque aquel ángel fieramente humano no crea mi dolor, y así es mi fruto llorar sin premio y suspirar en vano. Góngora. Quevedo. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega.

¡Oh claro honor del líquido elemento, dulce arroyuelo de corriente plata, cuya agua entre la yerba se dilata, con regalado son, con paso lento ! , pues la por quien helar y arder me siento (mientras en ti se mira), Amor retrata de su rostro la nieve y la escarlata en tu tranquilo y blando movimiento, vete como te vas; no dejes floja la undosa rienda al cristalino freno con que gobiernas tu veloz corriente; que no es bien que confusamente acoja tanta belleza en su profundo seno el gran señor del húmido tridente. Góngora. Quevedo. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega.

Raya, dorado Sol, ama y colora del alto monte la lozana cumbre; sigue con agradable mansedumbre el rojo paso de la blanca Aurora; suelta las riendas a Favonio y Flora; y usando, al esparcir tu nueva lumbre, tu generoso oficio y real costumbre, el mar argenta, las campañas dora, para que de esta vega el campo raso bordes, saliendo Flérida, de flores; mas si no hubiere de salir acaso, ni el monte rayes, ames ni colores, ni sigas de la Aurora el rojo paso, ni el mar argentes, ni los campos dores. Góngora. Quevedo. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega.

Al tramontar del sol, la ninfa mía, de flores despojando el verde llano, cuantas troncaba la hermosa mano, tantas el blanco pie crecer hacía. Ondeábale, el viento que corría, el oro fino con error galano, cual verde hoja de álamo lozano se mueve al rojo despuntar del día. Mas luego que ciñó sus sienes bellas de los varios despojos de su falda (téllnino puesto al oro y a la nieve), juraré que lució más su guirnalda con ser de flores, la otra ser de estrellas, que la que ilustra el cielo en luces nueve. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

De pura honestidad templo sagrado, cuyo bello cimiento y gentil muro de blanco nácar y alabastro duro fue por divina mano fabricado; pequeña puerta de coral preciado, claras lumbreras de mirar seguro, que a la esmeralda fina el verde puro habéis para viriles usurpado; soberbio techo, cuyas cimbrias de oro al claro sol, en cuanto en tomo gira, oman de luz, coronan de belleza; ídolo bello, a quien humilde adoro, oye piadoso al que por ti suspira, tus himnos canta, y tus virtudes reza. Góngora. Quevedo. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega.

Pender de un leño, traspasado el pecho, y de espinas clavadas ambas sienes, dar tus mortales penas en rehenes de nuestra gloria, bien fue heroico hecho; pero más fue nacer en tanto estrecho, donde, para mostrar en nuestros bienes a donde bajas y de donde vienes, no quiere un portalillo tener techo. No fue ésta más hazaña, oh gran Dios mío, del tiempo por haber la helada ofensa vencido en flaca edad con pecho fuerte (que más fue sudar sangre que haber frío), sino porque hay distancia más inmensa de Dios a hombre, que de hombre a muerte ). Góngora. Quevedo. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega.

Menos solicitó veloz saeta destinada señal, que mordió aguda; agonal carro por la arena muda no coronó con más silencio meta, que presurosa corre, que secreta, a su fin nuestra edad. A quien lo duda, fiera que sea de razón desnuda, cada Sol repetido es un cometa. ¿Confiésalo Cartago, y tú 10 ignoras? Peligro corres, Licio, si porfias en seguir sombras y abrazar engaños. Mal te perdonarán a ti las horas: las horas que limando están los días, los días que royendo están los años. Góngora. Quevedo. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega.

Varia imaginación que, en mil intentos, a pesar gastas de tu triste dueño la dulce munición del blando sueño, alimentando vanos pensamientos, pues traes los espíritus atentos sólo a representarme el grave ceño del rostro dulcemente zahareño (gloriosa suspensión de mis tormentos), el sueño (autor de representaciones), en su teatro, sobre el viento armado, sombras suele vestir de vulto bello. Síguele; mostraráte el rostro amado, - , . y enganaran un rato tus paSIOnes dos bienes, que serán dormir y vello. Góngora. Quevedo. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega.

En la capilla estoy, y condenado a partir sin remedio de esta vida; siento la causa aún más que la partida, por hambre expulso como sitiado. Culpa sin duda es ser tan desdichado; mayor, de condición ser encogida. Dellas me acuso en esta despedida, y partiré a lo menos confesado. Examine mi suerte el hierro agudo, que a pesar de sus filos me prometo alta piedad de vuestra excelsa mano. Ya que el encogimiento ha sido mudo los números, señor, de este soneto lenguas sean y lágrimas no en vano. Góngora. Quevedo. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega.

Versos de amor, conceptos esparcidos, engendrados del alma en mis cuidados; partos de mis sentidos abrasados, con más dolor que libertad nacidos; expósitos al mundo, en que, perdidos, tan rotos anduvistes y trocados, que sólo donde fuiste engendrados fuérades por la sangre conocidos; pues que le hurtáis el laberinto a Creta, a Dédalo los altos pensamientos, la furia al mar, las llamas al abismo, si aquel áspid hermoso no os acepta, dejad la tierra, entretened los vientos; descansaréis en vuestro centro mismo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Góngora. Quevedo.

Ya no quiero más bien que sólo amaros, ni más vida, Lucinda, que ofreceros la que me dais, cuando merezco veros, ni ver más luz que vuestros ojos claros. Para vivir me basta, desearos, para ser venturoso, conoceros; para admirar el mundo, engrandeceros, y para ser Eróstrato, abrasaros. La pluma y lengua, respondiendo a coros, quieren al cielo espléndido subiros, donde están los espíritus más puros; que entre tales riquezas y tesoros, mis lágrimas, mis versos, mis suspiros de olvido y tiempo vivirán seguros. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Góngora. Quevedo.

Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo, leal, traidor, cobarde y animoso; no hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso; huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor süave, olvidar el provecho, amar el daño; creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño; esto es amor: quien lo probó lo sabe. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Ir y quedarse, y con quedar partirse, partir sin alma, y ir con alma ajena, oír la dulce voz de una sirena y no poder del árbol desasirse; arder como la vela y consumirse, haciendo torres sobre tierna arena; caer de un cielo, y ser demonio en pena, y de serlo jamás arrepentirse; hablar entre las mudas soledades, pedir prestada sobre fe paciencia, y lo que es temporal llamar eterno; creer sospechas y negar verdades, es lo que llaman en el mundo ausencia, fuego en el alma, y en la vida infierno. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Góngora. Quevedo.

Es la mujer del hombre lo más bueno, y locura decir que lo más malo, su vida suele ser y su regalo, su muerte suele ser y su veneno Cielo a los ojos cándido y sereno, que muchas veces al infierno igualo, por raro al mundo su valor señalo, por falso al hombre su rigor condeno. Ella nos da su sangre, ella nos cría, no ha hecho el cielo cosa más ingrata; es un ángel, y a veces una arpía. Quiere, aborrece, trata bien, maltrata, y es la mujer, al fin, como sangría, que a veces da salud y a veces mata. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Suelta mi manso, mayoral extraño, pues otro tienes de tu igual decoro, deja la prenda que en el alma adoro perdida por tu bien y por mi daño. Ponle su esquila de labrado estaño y no le engañen tus collares de oro; toma en albricias este blanco toro que a las primeras yerbas cumple un año. S i pides señas, tiene el vellocino pardo, encrespado, y los ojuelos tiene como durmiendo en regalado sueño. Si piensas que no soy su dueño, Alcino, suelta y verás le si a mi choza viene, que aún tienen sal las manos de su dueño. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Góngora. Quevedo.

Perderá de los cielos la belleza el ordinario curso, eterno y fuerte; la confusión, que todo lo pervierte, dará a las cosas la primer rudeza. Juntaránse el descanso y la pobreza; será el alma inmortal suj eta a muerte; hará los rostros todos de una suerte, la hermosa en variar, Naturaleza. Los humores del hombre, reducidos a un mismo fin, se abrazarán concordes dará la noche luz y el oro enojos. y quedarán en paz eterna unidos los elementos, hasta aquí discordes, antes que deje de adorar tus ojos. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Quevedo. Góngora.

Antes que el cierzo de la edad ligera seque la rosa que en tus labios crece y el blanco de ese rostro, que parece cándidos grumos de lavada cera estima la esmaltada primavera, Laura gentil, que en su beldad florece, que con el tiempo se ama y se aborrece, y huirá de ti quien a tu puerta espera. No te detengas en pensar que vives, oh Laura, que en tocarte y componerte se entrará la vejez, sin que la llames. Estima un medio honesto, y no te esquives, que no ha de amarte quien viniere a verte, Laura, cuando a ti misma te desames. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Góngora. Quevedo.

Si culpa, el concebir; nacer, tormento; guerra, vivir; la muerte, fin humano; si después de hombre, tierra y vil gusano, y después de gusano, polvo y viento; si viento, nada, y nada el fundamento; flor, la hermosura; la ambición, tirano; la fama y gloria, pensamiento vano, y vano, en cuanto piensa, el pensamiento, ¿quién anda en este mar para anegarse? ¿De qué sirve en quimeras consumirse, ni pensar otra cosa que salvarse? ¿De qué sirve estimarse y preferirse, buscar memoria habiendo de olvidarse, y edificar, habiendo de partirse?. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Góngora. Quevedo.

Noche, fabricadora de embelecos, loca, imaginativa, quimerista, que muestras al que en ti su bien conquista los montes llanos y los mares secos; habitadora de cerebros huecos, mecánica, filósofa, alquimista, encubridora vil, lince sin vista, espantadiza de tus mismos ecos: la sombra, el miedo, el mal se te atribuya, solícita, poeta, enferma, fría, manos del bravo y pies del fugitivo. Que vele o duerma, media vida es tuya: si velo, te lo pago con el día, y si duermo, no siento lo que vivo. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

No sabe qué es amor quien no te ama, celestial hermosura, esposo bello; tu cabeza es de oro, y tu cabello como el cogollo que la palma emama. Tu boca como lirio que derrama licor al alba; de marfil tu cuello; tu mano el tomo y en su palma el sello que el alma por disfraz jacintos llama. ¡Ay, Dios ! , ¿en qué pensé cuando, dejando tanta belleza y las mortales viendo, perdí lo que pudiera estar gozando? Mas si del tiempo que perdí me ofendo, tal prisa me daré, que una hora amando venza los años que pasé fingiendo. Lope de Vega. Góngora. Garcilaso de la Vega. Quevedo.

Si culpa, el concebir; nacer, tormento; guerra, vivir; la muerte, fin humano; si después de hombre, tierra y vil gusano, y después de gusano, polvo y viento; si viento, nada, y nada el fundamento; flor, la hermosura; la ambición, tirano; la fama y gloria, pensamiento vano, y vano, en cuanto piensa, el pensamiento, ¿quién anda en este mar para anegarse? ¿De qué sirve en quimeras consumirse, ni pensar otra cosa que salvarse? ¿De qué sirve estimarse y preferirse, buscar memoria habiendo de olvidarse, y edificar, habiendo de partirse?. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Góngora. Quevedo.

No sabe qué es amor quien no te ama, celestial hermosura, esposo bello; tu cabeza es de oro, y tu cabello como el cogollo que la palma emama. Tu boca como lirio que derrama licor al alba; de marfil tu cuello; tu mano el tomo y en su palma el sello que el alma por disfraz jacintos llama. ¡Ay, Dios ! , ¿en qué pensé cuando, dejando tanta belleza y las mortales viendo, perdí lo que pudiera estar gozando? Mas si del tiempo que perdí me ofendo, tal prisa me daré, que una hora amando venza los años que pasé fingiendo. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

¿Qué tengo yo, que mi amistad procuras? ¿Qué interés se te sigue, Jesús mío, que a mi puerta, cubierto de rocío, pasas las noches del invierno escuras? ¡Oh, cuánto fueron mis entrañas duras, pues no te abrí ! , ¡ Qué extraño desvarío si de mi ingratitud de hielo frío secó las llagas de tus plantas puras ! ¡Cuántas veces el ángel me decía: «Alma, asómate agora a la ventana; verás con cuánto amor llamar porfia»! ¡ y cuántas, hermosura soberana, «Mañana le abriremos», respondía, para lo mismo responder mañana!. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Un soneto me manda hacer Violante, que en mi vida me he visto en tal aprieto; catorce versos dicen que es soneto: burla burlando van los tres delante. Yo pensé que no hallara consonante y estoy a la mitad de otro cuarteto; mas si me veo en el primer terceto no hay cosa en los cuartetos que me espante. Por el primer terceto voy entrando y parece que entré con pie derecho, pues fin con este verso le voy dando. Ya estoy en el segundo, y aún sospecho que voy los trece versos acabando; contad si son catorce, y está hecho. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Góngora. Quevedo.

Cerrar podrá mis ojos la postrera sombra que me llevare el blanco día, y podrá desatar esta alma mía hora a su afán ansioso lisonjera; mas no, de esotra parte, en la ribera, dejará la memoria, en donde ardía: nadar sabe mi llama la agua fría, y perder el respeto a ley severa. Alma a quien todo un dios prisión ha sido, venas que humor a tanto fuego han dado, medulas que han gloriosamente ardido, su cuerpo dejará, no su cuidado; serán ceniza, mas tendrá sentido; polvo serán, mas polvo enamorado. Quevedo. Góngora. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega.

Es hielo abrasador, es fuego helado, es herida que duele y no se siente, es un soñado bien, un mal presente, es un breve descanso muy cansado. Es un descuido que nos da cuidado, un cobarde, con nombre de valiente, un andar solitario entre la gente, un amar solamente ser amado. Es una libertad encarcelada, que dura hasta el postrero parasismo; enfermedad que crece si es curada. Este es el Niño Amor, este es su abismo: ¡mirad cuál amistad tendrá con nada el que en todo es contrario de sí mismo!. Quevedo. Góngora. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Osar, temer, amar y aborrecerse, alegre con la gloria atormentarse; de olvidar los trabajos olvidarse; entre llamas arder, sin encenderse; con soledad entre la gente verse, y de la soledad acompañarse; morir continuamente, no acabarse; perderse, por hallar con qué perderse; ser Fúcar de esperanzas sin ventura, gastar todo el caudal en sufrimientos, con cera conquistar la piedra dura, son efectos de Amor en mis lamentos; nadie le llame dios, que es gran locura; que más son de verdugo sus tormentos. Quevedo. Góngora. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega.

"¡Qué perezosos pies, qué entretenidos pasos lleva la muerte por mis daños! El camino me alargan los engaños, y en mí se escandalizan los perdidos. Mis ojos no se dan por entendidos; y por descaminar mis desengaños, me disimulan la verdad los años y les guardan el sueño a los sentidos. Del vientre a la prisión vine en naciendo; de la prisión iré al sepulcro amando, y siempre en el sepulcro estaré ardiendo. Cuantos plazos la muerte me va dando, prolijidades son que va creciendo, porque no acabe de morir penando. Quevedo. Góngora. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega.

La mocedad del año, la ambiciosa vergüenza del jardín, el encarnado oloroso rubí, tiro abreviado, también del año presunción hermosa: la ostentación lozana de la rosa, deidad del campo, estrella del cercado, el almendro en su propia flor nevado, que anticiparse a los calores osa: reprensiones son, joh Flora!, mudas de la hermosura y la soberbia humana, que a las leyes de flor está sujeta. Tu edad se pasará mientras lo dudas, de ayer te habrás de arrepentir mañana, y tarde y con dolor, serás discreta. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega. Quevedo. Góngora.

Torcido, desigual, blando y sonoro, te resbalas secreto entre las flores, hurtando la corriente a los calores, cano en la espuma, y rubio como el oro. En cristales dispensas tu tesoro, Líquido plectro a rústicos amores, y templando por cuerdas ruiseñores, te ríes de crecer, con lo que lloro. De vidrio en las lisonjas divertido, gozoso vas al monte, y despeñado espumoso encaneces con gemido. No de otro modo el corazón cuitado, a la prisión, al llanto se ha venido, alegre, inadvertido y confiado. Quevedo. Góngora. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Petrarca celebró su Laura bella con ingenio y estilo levantado, y hizo al mundo eterno su cuidado, y la rara belleza, que vio en ella. Viven y envidiosas muchas de ella, porque es digno de ser muy envidiado un bien tan alto, y tan dichoso estado, que nunca pueda el tiempo contra ella. Yo solo a ti gallarda Silvia hermosa, a quien di el corazón en sacrificio, querria dejarte de la misma suerte. Que esta alma en adorarte venturosa sólo te puede hacer este servicio, que no te ofenda el tiempo ni la muerte. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

¡Ay Floralba! Soñé que te . . . ¿Dirélo? Sí, pues que sueño fue; que te gozaba. ¿Y quién, sino un amante que soñaba, juntara tanto infierno a tanto cielo? Mis llamas con tu nieve y con tu yelo, cual suele opuestas flechas de su aljaba, mezclaba Amor, y honesto las mezclaba, como mi adoración en su desvelo. y dije: "Quiera Amor, quiera mi suerte, que nunca duerma yo, si estoy despierto, y que si duermo, que jamás despierte". Mas desperté del dulce desconcierto; y vi que estuve vivo con la muerte, y vi que con la vida estaba muerto. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

A fugitivas sombras doy abrazos; en los sueños se cansa el alma mía; paso luchando a solas noche y día con un trasgo que traigo entre mis brazos. Cuando le quiero más ceñir con lazos, y viendo mi sudor, se me desvía, vuelvo con nueva fuerza a mi porfia, y temas con amor me hacen pedazos. Voyme a vengar en una imagen vana que no se aparta de los oj os míos; búrlame, y de burlallne corre ufana. Empiézola a seguir, fáltanme bríos; y como de alcanzarla tengo gana, hago correr tras ella el llanto en ríos. Quevedo. Góngora. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Retirado en la paz de estos desiertos, con pocos, pero doctos libros juntos, vivo en conversación con los difuntos, y escucho con mis ojos a los muertos. Si no siempre entendidos, siempre abiertos, o enmiendan, o fecundan mis asuntos; y en músicos callados contrapuntos al sueño de la vida hablan despiertos. Las grandes almas que la Muerte ausenta, de injurias de los años vengadora, libra, ¡ oh gran Don Jasen , docta la Imprenta. En fuga irrevocable huye la hora; pero aquella el mejor cálculo cuenta, que en la lección y estudios nos mejora. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Miré los muros de la patria mía, si un tiempo fuertes, ya desmoronados, de la carrera de la edad cansados, por quien caduca ya su valentía. Salime al campo, vi que el sol bebía los arroyos del hielo desatados, y del monte quejosos los ganados, que con sombras hurtó su luz al día . Entré en mi casa, vi que amancillada de anciana habitación era despojos; mi báculo más corvo y menos fuerte. Vencida de la edad sentí mi espada y no hallé cosa en que poner los oj os que no fuese recuerdo de la muerte. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega. Góngora. Quevedo.

Buscas en Roma a Roma, ¡oh peregrino! , y en Roma misma a Roma no la hallas: cadáver son las que ostentó murallas y tumba de sí propio el Aventino. Yace, donde reinaba, el Palatino; y limadas del tiempo las medallas más se muestran destrozo a las batallas de las edades que blasón latino. Sólo el Tibre quedó, cuya corriente si ciudad la regó, ya sepultura la llora con funesto son doliente. ¡Oh Roma! En tu grandeza, en tu hemlOsura, huyó lo que era firme y solamente lo fugitivo permanece y dura. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

"¡Ah de la vida!" . . . ¿Nadie me responde? ¡AqUÍ de los antaños que he vivido! La Fortuna mis tiempos ha mordido; las Horas mi locura las esconde. ¡ Que sin poder saber cómo ni a dónde la salud y la edad se hayan huido! Falta la vida, asiste lo vivido, y no hay calamidad que no me ronde. Ayer se fue; mañana no ha llegado; hoy se está yendo sin parar un punto: soy un fue, y un será, y un es cansado. En el hoy y mañana y ayer junto pañales y mortaja, y he quedado presentes sucesiones de difunto. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Fue sueño ayer, mañana será tierra ¡POCO antes nada, y poco después humo ! ¡ y destino ambiciones, y presumo apenas punto al cerco que me cierra! Breve combate de importuna guerra, en mi defensa, soy peligro sumo, y mientras con mis armas me consumo, menos me hospeda el cuerpo que me entierra. Ya no es ayer, mañana no ha llegado; hoy pasa y es y fue, con movimiento que a la muerte me lleva despeñado. Azadas son la hora y el momento que a jornal de mi pena y mi cuidado cavan en mi vivir mi monumento. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

¡ Cómo de entre mis manos te resbalas ! ¡Oh, cómo te deslizas, edad mía! ¡Qué mudos pasos traes, oh muerte fría, pues con callado pie todo lo igualas! Feroz de tierra el débil muro escalas, en quien lozana juventud se fia; mas ya mi corazón del postrer día atiende el vuelo, sin mirar las alas. ¡Oh condición mortal ! ¡Oh dura suerte! ¡Que no puedo querer vivir mañana, sin la pensión de procurar mi muerte! Cualquier instante de la vida humana es nueva ejecución, con que me advierte cuán frágil es, cuán mísera, cuán vana. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Ya formidable y espantoso suena dentro del corazón el postrer día, y la última hora, negra y fria, se acerca, de temor y sombras llena. Si agradable descanso, paz serena, la muerte en traje de dolor envía, señas da su desdén de cortesía: más tiene de caricia que de pena. ¿ Qué pretende el temor desacordado de la que a rescatar, piadosa, viene espíritu en miserias añudado? Llegue rogada, pues mi bien previene; hallame agradecido, no asustado; mi vida acabe y mi vivir ordene. Quevedo. Góngora. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Si dádivas quebrantan peñas duras, la de tu sangre nos quebranta y mueve, que en larga copia de tus venas llueve fecundo amor en tus entrañas puras. Aunque sin alma somos criaturas a quien por alma tu dolor se debe, viendo que el día pasa oscuro y breve y que el sol mira en él horas oscuras. Sobre piedra tu iglesia fabricaste; tanto el linaje nuestro ennobleciste, que, Dios y Hombre, piedra te llamaste. Pretensión de ser pan nos diferiste; y si a la tentación se lo negaste, al Sacramento en ti lo concediste. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Erase un hombre a una nanz pegado, érase una nariz superlativa, érase una nariz sayón y escriba, érase un peje espada muy barbado. Era un reloj de sol mal encarado, érase una alquitara pensativa, érase un elefante boca arriba, era Ovidio Nasón más narizado. Érase un espolón de una galera, érase una pirámide de Egipto, las doce Tribus de narices era . Erase un naricísimo infinito, muchísimo nariz, nariz tan fiera que en la cara de Anás fuera delito. Góngora. Quevedo. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega.

Fue más larga que paga de tramposo; más gorda que mentira de indiano; más sucia que pastel en el verano; más necia y presumida que un dichoso; más amiga de pícaros que el coso; más engañosa que el primer manzano; más que un coche alcahueta; por lo anciano, más pronosticadora que un potroso. Más charló que una azuda y una aceña, y tuvo más enredos que una araña; más humos que seis mil hornos de leña. De mula de alquiler sirvió en España, que fue buen noviciado para dueña: y muerta pide, y enterrada engaña. Quevedo. Góngora. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Pelo fue aquí, en donde calavero; calva no sólo limpia, sino hidalga; háseme vuelto la cabeza nalga: antes gregüescos pide que sombrero. Si, cual Calvino soy, fuera Lutero, contra el fuego no hay cosa que me valga; ni vejiga o melón que tanto salga el mes de agosto puesta al resistero. Quiérenme convertir a cabelleras los que en Madrid se rascan pelo ajeno, repelando las otras calaveras. Guedeja réquiem siempre la condeno; gasten caparazones sus molleras: mi comezón resbale en calvatrueno. Góngora. Quevedo. Garcilaso de la Vega. Lope de Vega.

Esta en forma elegante, oh peregrino, de pórfido luciente dura llave, el pincel niega al mundo, más süave, que dio espíritu a leño, vida a lino. Su nombre, aun de mayor aliento dino que en los clarines de la Fama cabe, el campo ilustra de ese mármol grave. Venéralo, y prosigue tu camino. Yace el Griego. Heredó Naturaleza arte, y el Arte, estudio; Iris, colores; Febo, luces, si no sombras Morfeo. Tanta urna, a pesar de su dureza, lágrimas beba y cuantos suda olores corteza funeral de árbol sabeo. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Dos cosas despertaron mis antojos, extranjeras, no al alma, a los sentidos; Marino, gran pintor de los oídos, y Rubens, gran poeta de los ojos. Marino, fénix ya de sus despojos, yace en Italia resistiendo olvidos; Rubens, los héroes del pincel vencidos, da gloria a Flandes y a la envidia enojos. Mas ni de aquél la pluma, o la destreza de este con el pincel pintar pudieran un hombre que, pudiendo, a nadie ayuda. Porque es tan desigual naturaleza, que cuando a retratalle se atrevieran, ser hombre o fiera, les pusiera en duda. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Tan felizmente al lino traduj iste mi rostro (o pincel Fénix) que mirado me juzgo en un espejo, no copiado, porque hasta el movimiento le infundiste; burla ingeniosa de mí mismo fuiste, pues me hallé vivo y me busqué pintado, porque el habla que hurtaste al retratado, al retrato sin habla se la diste. Tú de ti mismo en verte te dudaste, porque sobre tu ingenio, y tu deseo, más que te persuadiste, ejecutaste, y yo cuando por ti tan yo me veo, como a la copia el alma trasladaste, aunque vivo me toco, no me creo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Góngora. Quevedo.

Si Atenas tus pinceles conociera, ¡qué poca gloria diera a Apolodoro, ni en paria málillol ilustrara el oro el nombre a Zeuxis, que a tus obras diera! Parrasio en la palestra se rindiera, como en el grave estilo Metrodoro; ni pluma se atreviera a tu decoro; sólo pintarte tu pincel pudiera. Bien pueden tus colores alabarse, y el arte de tu ingenio peregrino, cuanto puede imitar docta cultura. Que s i el cielo quisiera retratarse, sólo fiara a tu pincel divino la inmensa perfección de su hermosura. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Con inmortal valor y gentileza, mármol hermoso, para siempre quedes, pues quiere Amor que de mi prenda heredes la gracia, la blancura y la dureza. Que, al fin, si te excedió naturaleza en dar alma a sus cuerpos, tú la excedes en que, sin alma, nuestras almas puedes mover con arte, y con mayor belleza. Lleva del tiempo y de la muerte palma, del límite mortal milagro indino, pues no podrán sin alma deshacerte. no sienta quien te vee que estés sin alma, porque tan bello cuerpo no era dino de estar sujeto al tiempo ni a la muerte. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Si quien ha de pintaros ha de veros, y no es posible sin cegar miraros, ¿Quién será poderoso a retrataros, sin ofender su vista y ofenderos? En nieve y rosas quise floreceros; mas fuera honrar las rosas y agraviaros; dos luceros por ojos quise daros; mas ¿cuándo lo soñaron los luceros? Conocí el imposible en el bosquejo; mas vuestro espejo a vuestra lumbre propia aseguró el acierto en su reflejo. Podráos él retratar sin luz impropia, siendo vos de vos propria, en el espejo, original, pintor, pincel y copia. Quevedo. Góngora. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Ayer naciste, y morirás mañana. Para tan breve ser, ¿quién te dio vida? ¿Para vivir tan poco estás lucida, y para no ser nada estás lozana? Si te engañó su hermosura vana, bien presto la verás desvanecida, porque en tu hermosura está escondida la ocasión de morir muerte temprana. Cuando te corte la robusta mano, ley de la agricultura permitida, grosero aliento acabará tu suerte. No salgas, que te aguarda algún tirano; dilata tu nacer para tu vida, que anticipas tu ser para tu muerte. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Góngora. Quevedo.

Si desde que nací, cuanto he pensado, cuanto he solicitado y pretendido ha sido vanidad y sombra ha sido, de locas esperanzas engañado; si no tengo de todo lo pasado presente más que el tiempo que he perdido, vanamente he cansado mi sentido, y torres en el viento fabricado. ¡ Cuán engañada el alma presumía que su capacidad pudiera hartarse con lo que el bien mortal le prometía! Era su esfera Dios para quietarse, y como fuera de él lo pretendía, no pudo hasta tenerle sosegarse. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Góngora. Quevedo.

Engaño es grande contemplar de suerte toda la muerte como no venida, pues lo que ya pasó de nuestra vida no fue pequeña parte de la muerte. Con excepción se dio, puesto que es fuerte, de morir el vivir, mas ya vencida no dej a que temer, si prevenida, mientras vivimos, en morir se advierte. Al que le aconteció nacer, le resta morir; el intervalo, aunque pequeño, hace la diferencia manifiesta. La muerte, al fin de cuanto vive dueño, está de dos imágenes compuesta: el tiempo, antes de nacer, y el sueño. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Hombre mortal mis padres me engendraron, aire común y luz los cielos dieron, y mi primera voz lágrimas fueron, que así los reyes en el mundo entraron. La tierra y la miseria me abrazaron, paños, no piel o pluma, me envolvieron; por huésped de la vida me escribieron y las horas y pasos me contaron. Así voy prosiguiendo la jornada, a la inmortalidad el alma asida: que el cuerpo es nada, y no pretende nada. Un principio y un fin tiene la vida; porque de todos es igual la entrada, y conforme a la entrada la salida. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Góngora. Quevedo.

¿Con qué artificio tan divino sales de esa camisa de esmeralda fina, oh rosa celestial alejandrina, coronada de granos orientales? Ya en rubíes te enciendes, ya en corales, ya tu color a púrpura se inclina, sentada en esa basa peregrina que forman cinco puntas desiguales. Bien haya tu divino autor, pues mueves a su contemplación el pensamiento y aun a pensar en nuestros años breves. Así la verde edad se esparce al viento, y así las esperanzas son aleves que tienen en la tierra el fundamento. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Góngora. Quevedo.

Esta cabeza, cuando viva, tuvo sobre la arquitectura de estos huesos carne y cabellos, por quien fueron presos los ojos que, mirándola, detuvo. Aquí la rosa de la boca estuvo, marchita ya con tan helados besos; aquí los ojos de esmeralda impresos, color que tantas almas entretuvo. Aquí la estimativa en que tenía el principio de todo el movimiento, aquí de las potencias la armonía. i Oh hermosura mortal, cometa al viento! , donde tan alta presunción vivía ¿desprecian los gusanos aposento?. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Góngora. Quevedo.

Vivas memorias, máquinas difuntas, que cubre el tiempo de ceniza y hielo, fonnando cuevas, donde el eco al vuelo sólo del viento acaba las preguntas. Basas, columnas y arquitrabe s juntas, ya divididas oprimiendo el suelo; soberbias torres, que al primero cielo osastes escalar con vuestras puntas, si desde que en tan alto anfiteatro representastes a Sagunto muerta, de gran tragedia pretendéis la palma, mirad de sólo un hombre en el teatro mayor rüina y perdición más cierta, que en fin sois piedras, y mi historia es alma. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega. Góngora. Quevedo.

El Tiempo, a quien resiste el tiempo en vano, llevó tras sí los griegos valerosos, los Augustos, los Césares famosos después de las reliquias del troyano. Llevóse con el griego y el romano la gloria de los godos belicosos, y aquellos españoles generosos, origen claro del valor cristiano. Apolo y Marte ociosos en la tierra, íbanse al cielo, y vuestro abuelo santo, por tenerlos, asioles de la ropa. Dejáronle por irse en paz y en guerra los dos Girones que hoy os honran tanto, que dellos se vistió de gloria Europa. Góngora. Quevedo. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Falleció César, fortunado y fuerte; ignoran la piedad y el escaImiento señas de su glorioso monumento: porque también para el sepulcro hay muerte. Muere la vida y de la misma suerte muere el entierro rico y opulento; la hora, con oculto movimiento, aun calla el grito que la fama vierte. Devanan sol y luna, noche y día, del mundo la robusta vida, ¡y lloras las advertencias que la edad te envía! Risueña enfermedad son las auroras; lima de la salud es su alegría. Licas, sepultureros son las horas. Quevedo. Góngora. Lope de Vega. Garcilaso de la Vega.

Vivir es caminar breve jornada y muerte viva es, Lico, nuestra vida, ayer al frágil cuerpo amanecida, cada instante en el cuerpo sepultada. Nada que, siendo, es poco, y será nada en poco tiempo que ambiciosa olvida; pues de la vanidad mal persuadida anhela duración, tierra animada. Llevada de engañoso pensamiento y de esperanza burladora y ciega tropezará en el mismo monumento. Como el que divertido el mar navega y sin moverse vuela con el viento y antes que piense en acercarse llega. Garcilaso de la Vega. Góngora. Quevedo. Lope de Vega.

-Comenzaba a tomar posesión el sueño y el silencio de los sentidos de mis compañeros, y yo me acomodaba a preguntar al que estaba conmigo muchas cosas de las necesarias para saber usar el arte de la marinería, cuando, de improviso, comenzaron a llover, no gotas, sino nubes enteras de agua sobre la nave, de modo que no parecía sino que el mar todo se había subido a la región del viento, y desde allí se dejaba descolgar sobre el navío. Alborotámonos todos, y puestos en pie, mirando a todas partes, por unas vimos el cielo claro, sin dar muestras de borrasca alguna, cosa que nos puso en miedo y en admiración. En esto, el que estaba conmigo dijo: "Sin duda alguna, esta lluvia procede de la que derraman por las ventanas que tienen más abajo de los oj os aquellos monstruosos pescados que se llaman náufragos; y si esto es así, en gran peligro estamos de perdernos: menester es disparar toda la artillería, con cuyo ruido se espantan". En esto, vi alzar y poner en el navío un cuello como de serpiente terrible, que, arrebatando un marinero, se le engulló y tragó de improviso, sin tener necesidad de mascarle. "Náufragos son -dij o el piloto-; [disparemos] con balas o sin ellas, que el ruido y no el golpe, como tengo dicho, es el que ha de librarnos". [ . . . ]. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Don Quijote. La vida es sueño. El mundo por de dentro.

Otro día, al crepúsculo de la noche, nos hallamos en la ribera de una isla no conocida por ninguno de nosotros, y, con designio de hacer agua en ella, quisimos esperar el día sin apartarnos de su ribera. Amainamos las velas, arrojamos las áncoras y entregamos al reposo y al sueño los trabajados cuerpos, de quien el sueño tomó posesión blanda y suavemente. "En fin, nos desembarcamos todos, y pisamos la amenísima ribera, cuya arena, vaya fuera todo encarecimiento, la formaban granos de oro y de menudas perlas. Entrando más adentro, se nos ofrecieron a la vista prados cuyas yerbas no eran verdes por ser yerbas, sino por ser esmeraldas, en el cual verdor las tenían, no cristalinas aguas, como suele decirse, sino corrientes de líquidos diamantes formados, que, cruzando por todo el prado, sierpes de cristal parecían. Descubrimos luego una selva de árboles de diferentes géneros, tan hermosos que nos suspendieron las almas y alegraron los sentidos; de algunos pendían ramos de rubíes, que parecían guindas, o guindas que parecían granos de rubíes; de otros pendían camuesas, cuyas mejillas, la una era de rosa, la otra de finísimo topacio; en aquél se mostraban las peras, cuyo olor era de ámbar y cuyo color de los que [se] forma en el cielo cuando el sol se traspone. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Don Quijote. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. El criticón.

En resolución, todas las frutas de quien tenemos noticia estaban allí en su sazón, sin que las diferencias del año las estorbasen: todo allí era primavera, todo verano, todo estío sin pesadumbre, y todo otoño agradable, con extremo increíble. Satisfacía a todos nuestros cinco sentidos lo que mirábamos: a los ojos, con la belleza y la hermosura; a los oídos, con el ruido manso de las fuentes y arroyos, y con el son de los infinitos pajarillos, que con no aprendidas voces fonnado, los cuales, saltando de árbol en árbol y de rama en rama, parecía que en aquel distrito tenían cautiva su libertad y que no querían ni acertaban a cobrarla ; al olfato, eon el olor que de sí despedían las yerbas, las flores y los frutos; al gusto, con la prueba que hicimos de la suavidad dellos; al tacto, con tenerlos en las manos, con que nos parecía tener en ellas las perlas del Sur, los diamantes de las Indias y el oro del Tíbar."[ . . . ]. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. El mundo por de dentro. Don Quijote. El Lazarillo de Tormes.

"No es nada lo que hasta aquí he dicho -prosiguió Periandro--, porque, a lo que resta por decir, falta entendimiento que lo perciba, y aun cortesías que lo crean. Volved, señores, los ojos, y haced cuenta que veis salir del corazón de una peña, como nosotros lo vimos, sin que la vista nos pudiese engañar; digo que vimos salir de la abertura de una peña, primero un suavísimo son, que hirió nuestros oídos y nos hizo estar atentos, de diversos instrumentos de música formado; luego salió un carro, que no sabré decir de qué materia, aunque diré su forma, que era de una nave rota que escapaba de alguna gran borrasca; tirábanla doce poderosísimos simios, animales lascivos. Sobre el carro venía una hermosísima dama, vestida de una rozagante ropa de varias y diversas colores adornada, coronada de amarillas y amargas adelfas. Venía arrimada a un bastón negro, y en él fija una tablachina o escudo, donde venían estas letras : Sensualidad. Tras ella salieron otras muchas hermosas mujeres, con diferentes instrumentos en las manos, fOImando una música, ya alegre y ya triste, pero todas singularmente regocijadas. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. El mundo por de dentro. Don Quijote. El criticón.

'Todos mis compañeros y yo estábamos atónitos, como si fuéramos estatuas sin voz, de dura piedra formados. Llegóse a mí la Sensualidad, y con voz entre airada y suave me dijo: "Costarte ha, generoso mancebo, el ser mi enemigo, si no la vida, a lo menos el gusto". Y, diciendo esto, pasó adelante, y las doncellas de la música arrebataron, que así se puede decir, siete o ocho de mis marineros, y se los llevaron consigo, y volvieron a entrarse, siguiendo a su señora, por la abertura de la peña. VolvÍme yo entonces a los míos para preguntarles qué les parecía de lo que habían visto, pero estorbólo otra voz o voces que llegaron a nuestros oídos, bien diferentes que las pasadas, porque eran más suaves y regaladas; y formábanlas un escuadrón de hermosísimas, al parecer, doncellas, y, según la guía que traían, éranlo sin duda, porque venía delante mi hermana Auristela, que, a no tocarme tanto, gastara algunas palabras en alabanza de su más que humana hennosura. ¿Qué me pidieran a mí entonces que no diera, en albricias de tan rico hallazgo? Que, a pedirme la vida, no la negara, si no fuera por no perder el bien tan sin pensarlo hallado. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Don Quijote. El criticón. El cortesano.

"Traía mi hermana a sus dos lados dos doncellas, de las cuales la una me dijo: "La Continencia y la Pudicia, amigas y compañeras, acompañamos perpetuamente a la Castidad, que en figura de tu querida hermana Auristela hoy ha querido disfrazarse, ni la dejaremos hasta que con dichoso fin le dé a sus trabajos y peregrinaciones en la alma ciudad de Roma". Entonces yo, a tan felices nuevas atento, y de tan hermosa vista admirado, y de tan nuevo y extraño acontecimiento por su grandeza y por su novedad mal seguro, alcé la voz para mostrar con la lengua la gloria que en el alma tenía, y, queriendo decir: " j oh únicas consoladoras de mi alma; oh ricas prendas por mi bien halladas, dulces y alegres en éste y en otro cualquier tiempo! ", fue tanto el ahínco que puse en decir esto, que rompí el sueño, y la visión henl10sa desapareció, y yo me hallé en mi navío con todos los míos, sin que faltase alguno de ellos." A lo que dij o Constanza: -¿Luego, señor Periandro, dormíades? -Sí -respondió-; porque todos mis bienes son soñados. [ . . . ] -Esas son fuerzas de la imaginación, en quien suelen representarse las cosas con tanta vehemencia que se aprehenden de la memoria, de manera que quedan en ella, siendo mentiras, como si fueran verdades. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. La vida es sueño. Don Quijote. El Lazarillo de Tormes.

Como están nuestras almas siempre en continuo movimiento, y no pueden parar ni sosegar sino en su centro, que es Dios, para quien fueron criadas, no es maravilla que nuestros pensamientos se muden: que éste se tome, aquél se deje, uno se prosiga y otro se olvide; y el que más cerca anduviere de su sosiego, ése será el mejor, cuando no se mezcle con error de entendimiento. Esto se ha dicho en disculpa de la ligereza que mostró Arnaldo en dejar en un punto el deseo que tanto tiempo había mostrado de servir a Auristela; pero no se puede decir que le dej ó, sino que le entretuvo, en tanto que el de la honra, que sobrepuj a al de todas las acciones humanas, se apoderó de su alma. El cual deseo se le declaró Arnaldo a Periandro una noche antes de la partida, hablándole aparte en la isla de las Ermitas. Allí le suplicó -que quien pide lo que ha menester, no ruega, sino suplica- que mirase por su hermana Auristela, y que la guardase para reina de Dinamarca; y que, aunque la ventura no se le mostrase a él buena en cobrar su reino, y en tan justa demanda perdiese la vida, se estimase Auristela por viuda de un príncipe, y, como tal, supiese escoger esposo, puesto que ya él sabía y muchas veces 10 había dicho, que por sí sola, sin tener dependencia de otra grandeza alguna, merecía ser señora del mayor reino del mundo, no que del de Dinamarca. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. El mundo por de dentro. Don Quijote. El criticón.

Periandro le respondió que le agradecía su buen deseo, y que él tendría cuidado de mirar por ella como por cosa que tanto le tocaba y que tan bien le venía. Ninguna de stas razones dij o Periandro a Auristela, porque las alabanzas que se dan a la persona amada, halas de decir el amante como propias, y no como que se dicen de persona ajena. No ha de enamorar el amante con las gracias de otro; suyas han de ser las que mostrare a su dama; si no canta bien, no le traiga quien la cante; si no es demasiado gentilhombre, no se acompañe con Ganimedes; y, finalmente, soy de parecer que las faltas que tuviere, no las enmiende con ajenas sobras. Estos consejos no se dan a Periandro, que de los bienes de la naturaleza se llevaba la gala, y en los de la fortuna era inferior a pocos. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. El mundo por de dentro. Don Quijote. El criticón.

En esto iban las naves con un mismo viento, por diferentes caminos, que éste es uno de los que parecen misterios en el arte de la navegación; iban rompiendo, como digo, no claros cristales, sino azules; mostrábase el mar colchado, porque el viento, tratándole con respeto, no se atrevía a tocarle a más de la superficie, y la nave suavemente le besaba los labios, y se dejaba resbalar por él con tanta ligereza que apenas parecía que le tocaba. Desta suerte, y con la misma tranquilidad y sosiego, navegaron diez y siete días sin ser necesario subir ni baj ar, ni llegar a templar las velas, cuya felicidad en los que navegan, si no tuviese por descuentos e l temor de borrascas venideras, no había gusto con que igualalle. [ . . . ]. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. El mundo por de dentro. Don Quijote. La vida es sueño.

Desde allí se fueron en casa de un famoso pintor, donde ordenó Periandro que, en un lienzo grande, le pintase todos los más principales casos de su historia: a un lado pintó la Isla Bárbara ardiendo en llamas, y allí junto la isla de la prisión, y un poco más desviado, la balsa o enmaderamiento donde le halló Arnaldo cuando le llevó a su navío; en otra parte estaba la isla Nevada, donde el enamorado portugués perdió la vida; luego la nave que los soldados de Arnaldo taladraron; allí junto pintó la división del esquife y de la barca; allí se mostraba el desafio de los amantes de Taurisa y su muerte; acá estaban serrando por la quilla la nave que había servido de sepultura a Auristela y a los que con ella venían; acullá estaba la agradable isla donde vio en sueños Periandro los dos escuadrones de virtudes y vicios; y allí, junto la nave, donde los peces Náufragos pescaron a los dos marineros y les dieron en su vientre sepultura. No se olvidó de que pintase verse empedrados en el mar helado, el asalto y combate del navío, ni el entregarse a Cratilo; pintó asimismo la temeraria carrera del poderoso caballo, cuyo espanto, de león, le hizo cordero; que los tales con un asombro se amansan; pintó, como en rasguño y en estrecho espacio, las fiestas de Policarpo, coronándose a sí mismo por vencedor en ellas; resolutamente, no quedó paso principal en que no hiciese labor en su historia, que allí no pintase, hasta poner la ciudad de Lisboa y su desembarcación en el mismo traj e en que habían venido; también se vio en el mismo lienzo arder la isla de Poli carpo, a Clodio traspasado con la saeta de Antonio y a Ceno tia colgada de una entena; pintóse también la isla de las Ermitas, y a Rutilio con apariencias de santo. La vida es sueño. Don Quijote. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. El Lazarillo de Tormes.

Este lienzo se hacía de una recopilación que les excusaba de contar su historia por menudo, porque Antonio el mozo declaraba las pinturas y los sucesos cuando le apretaban a que los dijese. Pero, en lo que más se aventajó el pintor famoso, fue en el retrato de Auristela, en quien decían se había mostrado a saber pintar una hermosa figura, puesto que la dejaba agraviada, pues a la belleza de Auristela, si no era llevado de pensamiento divino, no había pincel humano que alcanzase. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Don Quijote. El criticón. El Lazarillo de Tormes.

Contaban los antiguos que cuando Dios crió al hombre encarceló todos los males en una profunda cueva acullá lejos, y aun quieren decir que en una de las islas Fortunadas de donde tomaron su apellido; allí encerró las culpas y las penas, los vicios y los castigos, la guerra, la hambre, la peste, la infamia, la tristeza, los dolores, hasta la misma muerte, encadenados todos entre sí. y no fiando de tan horrible canalla, echó puertas de diamante con sus candados de acero. Entregó la llave al albedrío del hombre, para que estuviese más asegurado de sus enemigos y advirtiese que, si él no les abría, no podrían salir eternamente. Dejó, al contrario, libres por el mundo todos los bienes, las virtudes y los premios, las felicidades y contentos, la paz, la honra, la salud, la riqueza y la misma vida. Vivía con esto el hombre felicísimo. Pero duróle poco esta dicha; que la muj er, llevada de su curiosa ligereza, no podía sosegar hasta ver lo que había dentro la fatal caverna. Cogióle un día bien aciago para ella y para todos el corazón al hombre, y después la llave; y sin más pensarlo, que la mujer primero ejecuta y después piensa, se fue resuelta a abrirla. Al poner la llave aseguran se estremeció el universo; corrió el cerrojo y al instante salieron de tropel todos los males, apoderándose a porfia de toda la redondez de la tierra. La Soberbia, como primera en todo lo malo, cogió la delantera, topó con España, primera provincia de la Europa. El mundo por de dentro. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. El criticón. Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

Parecióla tan de su genio, que se perpetuó en ella, allí vive y allí reina con todos sus aliados: la estimación propia, el desprecio ajeno, el querer mandarlo todo y servir a nadie, hacer del don Diego y vengo de los godos, el lucir, el campear, el alabarse, el hablar mucho, alto y hueco, la gravedad, el fausto, el brío, con todo género de presunción; y todo esto desde el noble hasta el más plebeyo. La Codicia, que la venía a los alcances, hallando desocupada la Francia, se apoderó de toda ella, desde la Gascuña hasta la Picardía, distribuyó su humilde familia por todas partes: la miseria, el abatimiento de ánimo, la poquedad, el ser esclavos de todas las demás naciones aplicándose a los más viles oficios, el alquilarse por un vil interés, la mercancía laboriosa, el andar desnudos y descalzos con los zapatos bajo el brazo, el ir todo barato con tanta multitud; finalmente, el cometer cualquier bajeza por el dinero; si bien dicen que la Fortuna, compadecida, para realzar tanta vileza introdujo su nobleza, pero tan bizarra, que hacen dos . . extremos sin medio. El Engaño trascendió toda la Italia, echando hondas raíces en los italianos pechos; en Nápoles hablando y en Génova tratando, en toda aquella provincia está muy valido, con toda su parentela: la mentira, el embuste y el emedo, las invenciones, trazas, tramoyas, y todo ello dicen es política y tener brava testa. El criticón. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. La vida es sueño. Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

La Ira echó por otro rumbo. Pasó al África y a sus islas adyacentes, gustando vivir entre alarbes y entre fieras. La Gula, con su hermana la Embriaguez, asegura la preciosa Margarita de Valois, se sorbió toda la Alemania alta y baj a, gustando y gastando en banquetes los días y las noches, las haciendas y las conciencias; y aunque algunos no se han emborrachado sino una sola vez, pero les ha durado toda la vida; devoran en la guerra las provincias, abastecen los campos, y aun por eso formaba el emperador Carlos Quinto de los alemanes el vientre de su ej ército. La Inconstancia aportó a la Inglaterra, la Simplicidad a Polonia, la Infidelidad a Grecia, la Barbaridad a Turquía, la Astucia a Moscovia, la Atrocidad a Suecia, la Injusticia a la Tartaria, las Delicias a la Persia, la Cobardía a la China, la Temeridad al Japón, la Pereza aun esta vez llegó tarde, y hallándolo todo embarazado, hubo de pasar a la América a morar entre los indios. La Lujuria, la nombrada, la famosa, la gentil pieza, como tan grande y tan poderosa, pareciéndola corta una sola provincia, se extendió por todo el mundo, ocupándolo de cabo a cabo; concertó se con los demás vicios, aviniéndose tanto con ellos, que en todas partes está tan valida, que no es fácil averiguar en cuál más: todo lo llena y todo lo inficiona. Pero como la muj er fue la primera con quien embistieron los males, todos hicieron presa en ella, quedando rebutida de malicia de pies a cabeza. El criticón. El cortesano. La vida es sueño. Menosprecio de corte y alabanza de aldea.

Esto les contaba Egenio a sus dos camaradas cuando habiéndolos sacado de la Corte por la puerta de la luz, que es el sol mismo, les conducía a la gran feria del mundo publicada para aquel grande emporio que divide los amenos prados de lajuventud de las ásperas montañas de la edad varonil, y donde de una y otra parte acudían ríos de gente, unos a vender, otros a comprar, y otros a estarse a la mira, como más cuerdos. Entraron ya por aquella gran plaza de la conveniencia, emporio universal de gustos y de empleos, alabando unos lo que abominaron otros. Así como asomaron por una de sus muchas entradas, acudieron a ellos dos corredores de oreja, que dijeron ser filósofos, el uno de la una banda, y el otro de la otra, que todo está dividido en pareceres. Díjoles Sócrates, así se llamaba el primero: -Venid a esta parte de la feria y hallaréis todo lo que hace el propósito para ser personas. La arcadia. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. El criticón.

Mas Simónides, que así se llamaba el contrario, les dijo: -Dos estancias hay en el mundo, la una de la honra y la otra del provecho: aquélla yo siempre la he hallado llena de viento y humo, y vacía de todo lo demás; esta otra, llena de oro y plata, aquí hallaréis el dinero, que es un compendio de todas las cosas. Según esto, ved a quién habéis de seguir. Quedaron perplejos, altercando a qué mano echarían, dividiéronse en pareceres así como en afectos, cuando llegó un hombre que lo parecía, aunque traía un tejo de oro en las manos, y llegándose a ellos, les fue asiendo de las suyas y refregándoselas en el oro, reconociéndolas después. -¿Qué pretende este hombre? -dijo Andrenio. -Yo soy -respondió- el contraste de las personas, el quilatador de su fineza. -Pues ¿qué es de la piedra de toque? -Esta es -dijo, señalando el oro. -¿Quién tal vio? -replicó Andrenio-. Antes el oro es el que se toca y se examina en la piedra lidia. El criticón. Don Quijote. Diálogo de la lengua. El cortesano.

-Así es, pero la piedra de toque de los mismos hombres es el oro: a los que se les pega a las manos, no son hombres verdaderos, sino falsos. y así, al juez que le hallamos las manos untadas, luego le condenamos de oidor a tocador; el prelado que atesora los cincuenta mil pesos de renta, por bien que lo hable no será el boca de oro, sino el bolsa de oro; el cabo con cabos bordados y mucha plumajería, señal que despluma a los soldados y no los socorre como el valiente borgoñón don Claudio San Mauricio; el caballero que rubrica su ej ecutoria con sangre de pobres en usuras, de verdad que no es hidalgo; la otra que sale muy bizarra cuando el marido anda deslucido, muy mal parece: y en una palabra, todos aquellos que yo hallo que no son limpios de manos, digo que no son hombres de bien. y así, tú, a quien se te ha pegado el oro, dej ando el rastro en ellas (dijo a Andrenio), cree que no lo eres; echa por la otra banda. Pero éste (señalando a Critilo), que no se le ha pegado ni queda señalado con el dedo, éste persona es: eche por la banda de la entereza. -Antes -replicó Critilo-, para que él lo sea también, importará me siga. El criticón. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. La vida es sueño. Don Quijote.

Comenzaron a discurrir por aquellas ricas tiendas de la mano derecha. Leyeron un letrero que decía: Aquí se vende lo mejor y lo peor. Entraron dentro y hallaron se vendían lenguas: para callar las mejores, para mordérselas, y que se pegaban al paladar. Un poco más adelante estaba un hombre ceñando que callasen, tan lejos de pregonar su mercadería. -¿Qué vende éste? -dijo Andrenio. y él al punto le puso en boca. -Pues deste modo, ¿cómo sabremos lo que vendes? -Sin duda -dijo Egenio- gue vende el callar. -Mercadería es bien rara y bien importante -dijo Critilo-. Yo creí se había acabado en el mundo. Ésta la deben traer de Venecia, especialmente el secreto, que , aca no se coge. El criticón. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Don Quijote. El sueño de Escipión.

¿Y quién le gasta? -Eso estáse dicho -respondió Andrenio-, los anacoretas, los monjes (con e digo), porque ellos saben lo que vale y aprovecha. -Pues yo creo -dijo Critilo- que los más que lo usan no son los buenos, sin[ o] los malos: los deshonestos callan, las adúlteras disimulan, los asesinos punto en boca, los ladrones entran con zapato de fieltro, y así todos los malhechores. -Ni aun esos -replicó Egenio-, que está ya el mundo tan rematado que los que habían de callar hablan más y hacen gala de sus ruindades. Veréis el otro que funda su caballería en bellaquería, que no le agrada la torpeza si no es descarada; el acuchillador se precia de que sus valentías den en rostro, el lindo que se hable de sus cabellos; la otra que se descuida de sus obligaciones y sólo cuida de su cara cara, placea las galas cuando más la descomponen; el mal ladrón pretende cruz, y el otro pide el título que sea sobreescrito de sus bajezas: desde modo, todos los ruines son los más ruidosos. El criticón. Menosprecio de corte y alabanza de aldea. Los trabajos de Persiles y Sigismunda. La vida es sueño.

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